Los tres hijos de Bokuden
Bokuden, gran Maestro de sable, recibió un día la visita de un colega. Con el fin de presentar a sus tres hijos a su amigo, y mostrar el nivel que habían alcanzado siguiendo su enseñanza, Bokuden preparó una pequeña estratagema: colocó un jarro sobre el borde de una puerta deslizante de manera que cayera sobre la cabeza de aquel que entrara en la habitación. Tranquilamente sentado con su amigo, ambos frente a la puerta, Bokuden llamó a su hijo mayor. Cuando éste se encontró delante de la puerta, se detuvo en seco. Después de haberla entreabierto cogió el vaso antes de entrar. Entró cerró detrás de él, volvió a colocar el jarro sobre el borde de la puerta y saludó a los Maestros. – Este es mi hijo mayor – dijo Bokuden sonriendo -, ya ha alcanzado un buen nivel y va camino de convertirse en Maestro. A continuación llamó a su segundo hijo. Este deslizo la puerta y comenzó a entrar. Esquivando por los pelos el jarro que estuvo a punto de caerle sobre el cráneo, consiguió atraparlo al vuelo. – Este es mi segundo hijo – explicó al invitado -, aún le queda un largo camino que recorrer. El tercero entró precipitadamente y el jarro le cayó pesadamente sobre el cuello, pero antes de que tocara el suelo, desenvainó su sable y lo partió en dos. – Y este – respondió el Maestro – es mi hijo menor. Es la vergüenza de la familia, pero aún es joven. Fuente: tradicional...
Estar Presente
Ningún alumno Zen se atrevería a enseñar a los demás hasta haber vivido con su maestro al menos durante diez años. Después de diez años de aprendizaje, Tenno se convirtió en maestro. Un día fue a visitar a su maestro Nan-in. Era un día lluvioso, de modo que Tenno llevaba zapatos de madera y portaba un paraguas. Cuando Tenno llegó, Nan-in le dijo: – has dejado tus zapatos y tu paraguas en la entrada, ¿no es así? – ¿puedes decirme si has colocado el paraguas a la derecha o a la izquierda de los zapatos? Tenno no supo responder y quedó confuso. Se dio cuenta entonces de que no había sido capaz de practicar la conciencia constante. De modo que se hizo alumno de Nan-in y estudió otros diez años hasta obtener la conciencia constante. Maestro: el maestro sabe mantener constantemente la conciencia y siempre está presente. Fuente: tradicional...
Esto también pasará
Hubo una vez un rey que dijo a los sabios de la corte: – Me estoy fabricando un precioso anillo. He conseguido uno de los mejores diamantes posibles. Quiero guardar oculto dentro del anillo algún mensaje que pueda ayudarme en momentos de desesperación total, y que ayude a mis herederos, y a los herederos de mis herederos, para siempre. Tiene que ser un mensaje pequeño, de manera que quepa debajo del diamante del anillo. Todos quienes escucharon eran sabios, grandes eruditos; podrían haber escrito grandes tratados, pero darle un mensaje de no más de dos o tres palabras que le pudieran ayudar en momentos de desesperación total. Pensaron, buscaron en sus libros, pero no podían encontrar nada. El rey tenía un anciano sirviente que también había sido sirviente de su padre. La madre del rey murió pronto y este sirviente cuidó de él, por tanto, lo trataba como si fuera de la familia. El rey sentía un inmenso respeto por el anciano, de modo que también lo consultó. Y éste le dijo: – No soy un sabio, ni un erudito, ni un académico, pero conozco el mensaje. – Durante mi larga vida en palacio, me he encontrado con todo tipo de gente, y en una ocasión me encontré con un místico. Era invitado de tu padre y yo estuve a su servicio. Cuando se iba, como gesto de agradecimiento, me dio este mensaje (el anciano lo escribió en un diminuto papel, lo dobló y se lo dio al rey). – Pero no lo leas -le dijo- mantenlo escondido en el anillo. – Ábrelo sólo cuando todo lo demás haya fracasado, cuando no encuentres salida a la situación. Ese momento no tardó en llegar. El país fue invadido y el rey perdió el reino. Estaba huyendo en su caballo para salvar la vida y sus enemigos lo perseguían. Estaba solo y los perseguidores eran numerosos. Llegó a un lugar donde el camino se acababa, no había salida: enfrente había un precipicio y un profundo valle; caer por él sería el fin. Y no podía volver porque el enemigo le cerraba el camino. Ya podía escuchar el trotar de los caballos. No podía seguir hacia delante y no había ningún otro camino. De repente, se acordó del anillo. Lo abrió, sacó el papel y allí encontró un pequeño mensaje tremendamente valioso. Simplemente decía: – esto también pasará. Mientras leía estas palabras sintió que se cernía sobre él un gran silencio. Los enemigos que le perseguían debían haberse perdido en el bosque, o debían haberse equivocado de camino, pero lo cierto es que poco a poco dejó de escuchar el trote de...
Contemplación
Tajima no kami paseaba por su jardín una hermosa tarde de primavera. Parecía completamente absorto en la contemplación de los cerezos al sol. A algunos pasos detrás de él, un joven servidor le seguía llevando su sable. Una idea atravesó el espíritu del joven: – A pesar de toda la habilidad de mi Maestro en el manejo del sable, en este momento sería fácil atacarle por detrás, ahora que parece tan fascinado con las flores del cerezo. En ese preciso instante, Tajima no kami se volvió y comenzó a buscar algo alrededor de sí, como si quisiera descubrir a alguien que se hubiera escondido. Inquieto, se puso a escudriñar todos los rincones del jardín. Al no encontrar a nadie, se retiró a su habitación muy preocupado. El servidor acabó por preguntarle si se encontraba bien y si deseaba algo. Tajima respondió: – Estoy profundamente turbado por un incidente extraño que no puedo explicarme. Gracias a mi larga práctica de las artes marciales, puedo presentir cualquier pensamiento agresivo contra mí. Justamente cuando estaba en el jardín me ha sucedido esto. Pero aparte de tí no había nadie, ni siquiera un perro. Estoy descontento conmigo mismo, ya que no puedo justificar mi percepción. El joven servidor, después de saber esto, se acercó al Maestro y le confesó la idea que había tenido, cuando se encontraba detrás de él. Humildemente le pidió perdón. Tajima no kami se sintió aliviado y satisfecho, y volvió al jardín. Fuente: tradicional...
Sin Miedo
Durante las guerras civiles en el Japón feudal, un ejército invasor podía barrer rápidamente con una ciudad y tomar el control. En una aldea en particular, todos huyeron momentos antes que llegara el ejército; todos excepto el maestro de Zen. Curioso por este viejo, el general fue hasta el templo para ver por sí mismo qué clase de hombre era este maestro. Como no fuera tratado con la deferencia y sometimiento a los cuales estaba acostumbrado, el general estalló en cólera. -¡Estúpido!, – gritó mientras alcanzaba su espada-, – ¡no te das cuenta que estás parado ante un hombre que podría atravesarte sin cerrar un ojo! Pero a pesar de la amenaza, el maestro parecía inmóvil. – ¿Y usted se da cuenta?, – contestó tranquilamente el maestro- – ¿que está parado ante un hombre que podría ser atravesado sin cerrar un ojo? Fuente: tradicional...
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