Libertad
Érase una vez un hombre, un hombre bueno y luchador por la libertad.
Viajando por las montañas, un día se detuvo en un caravasar para pasar la noche.
Y así fue cómo se sorprendió al ver a un hermoso loro en una jaula de oro repitiendo incesantemente “¡Libertad! ¡Libertad!”.
La geografía del lugar permitía que esas palabras se hicieran eco en los valles, en las montañas.
El hombre pensó para sí, “he visto muchos loros y siempre creí que deben desear liberarse de sus jaulas… pero nunca encontré uno que durante todo el día, desde el alba hasta el crepúsculo, clamara por su libertad”.
Así tuvo una idea…
Entrada ya la noche, cuando el dueño del loro se encontraba profundamente dormido, abrió la puerta de la jaula y le murmuró al loro “ahora sal”.
Grande fue su sorpresa cuando vio que el loro se aferraba a los barrotes de la jaula. El hombre le susurraba una y otra vez “¿Te has olvidado acaso de la libertad? ¡Sal ahora! La puerta está abierta y tu dueño duerme. Nunca nadie se dará cuenta. Vuela hacia los cielos, todo el cielo te pertenece”.
Sin embargo, el loro seguía aferrándose fuerte y enérgicamente a la jaula.
El hombre exclamó: “¿Qué te sucede? ¿Estás demente?”.
Tomó al loro con sus propias manos, pero éste comenzó a clavarle su pico mientras al mismo tiempo gritaba “¡Libertad! ¡Libertad!”.
Los valles de la noche repetían y repetían esas palabras y el hombre era obstinado, después de todo era un luchador por la libertad.
Finalmente pudo arrancar al loro de la jaula y lanzarlo a los cielos. Se sentía muy satisfecho, a pesar de las heridas en sus manos.
El loro lo había atacado con ferocidad pero el hombre se sentía inmensamente satisfecho por haber liberado un espíritu prisionero.
Y se fue a dormir.
Cuando abrió los ojos a la mañana siguiente, escuchó las palabras “¡Libertad! ¡Libertad!”. Quizás el loro esté sentado en una roca o en un árbol- se dijo a sí mismo.
Cuando se levantó, pudo ver al loro sentado en su jaula. La puerta estaba abierta…
Foto portada: Bill Gracey
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