En la sesión del Dojo el instructor presentó a los alumnos al anciano fundador del ryu, una persona muy mayor que, tambaleante y sonriente, les saludó con simpatía.
Uno a uno, los alumnos fueron pasando para pedirle al anciano que realizara sus técnicas preferidas para ver, por manos directas del creador del estilo, su realización. Un joven alto, que había empezado hacía poco tiempo, le pidió una técnica. El anciano, de repente, condensó sus músculos en un movimiento firme y realizó, sin titubear ni temblar, la técnica. El discípulo se quedó sorprendido.
Poco después le tocó el turno al alumno más avanzado del Dojo, que le pidió le realizar la misma técnica. El anciano, con los miembros distendidos, realizó la técnica con la ejecución perfecto, pero apenas sin fuerzas y temblando visiblemente.
Finalmente, dejaron que entraran algunos seguidores del estilo y, uno de ellos, le pidió otra vez lo mismo. El anciano, con sorpresa, dijo: -Pídame otra más fácil, soy ya muy viejo para hacer ésas cosas.
Al término de la sesión el instructor y su anciano Maestro hablaban juntos, solos, en el Dojo. -No entiendo -dijo el instructor- ¿por qué disteis tan diferentes respuestas a la misma técnica? El anciano sonrió: -Uno de ellos acababa de empezar, es bueno animarle en su camino, que va a ser muy duro, con llamativas técnicas para que sepa lo que es capaz de lograr si se esfuerza. El siguiente ya era un alumno acostumbrado, no necesitaba tanto la técnica en sí, ya la conoce y la ha practicado sobradamente, sino el verme realizarla por el mero hecho de verme a mí, aunque ya viejo y cansado. El último solamente nos ve desde el exterior, no voy a enseñarle algo de tanta importancia a alguien que no quiere sacrificios y que puede tergiversarlo.
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