Haber perdido sus antebrazos a los 8 años no lo limita para entrenar karate.
Víctor Gómez Adame tiene 12 años. Hace cuatro años perdió ambas manos debido a una descarga eléctrica cuando se asomó por un balcón para seguir el vuelo de una culebrina. En el instante que agarró una varilla mal colocada su vida cambió, pues el artefacto de hierro y acero se inclinó hacia un cable de alta tensión.
“Víctor salió volando y sus manos se achicharraron, quedaron dobladas hacia adentro”, relató su padre Delfino Gómez, quien todos los días lleva a sus tres hijos desde la colonia La Mira al centro de Acapulco para tomar la clase de karate.
A pesar de los golpes de sus rivales de entrenamiento, el peleador mantiene su rostro amable y actitud traviesa. También responde con agresividad en el combate, pues en las artes marciales el dolor es formación. Saber levantarse de las adversidades forma parte de la disciplina.
“El karate es una forma de vida. No se trata sólo de venir a pelear sino de hacernos fuertes, sencillos y leales, para ser mejores seres humanos, pues la mejor pelea es la que se evita”, opinó el entrenador Ricardo Saad, quien imparte la técnica y la filosofía del arte marcial japonés al pequeño Víctor y 15 jóvenes más en la sesión de las 6 de la tarde.
“El caso de Víctor es alentador y sorprendente. A pesar de no tener sus manos, no recibe consideraciones. Hay mucho respeto y cuidado pero nadie lo hace menos. Gracias al karate es un niño seguro, alegre y no le teme a nadie”, dijo Ricardo Saad mientras Víctor Gómez pelea frente a un infante de mayor peso.
“Víctor ya ha ganado dos primeros lugares y un segundo. El problema con sus brazos lo sustituye con mucha movilidad en las piernas, es un competidor muy veloz y difícil”, expuso.
En el sitio de práctica sobresale en lo alto una bandera japonesa, a la que todos hacen reverencia.
El sitio sagrado
El dojo es el sitio donde se entrena el karate. Puede ser una azotea, una bodega, puede estar en un gimnasio o en un patio, lo importante es que los karatekas le muestran respeto, según el estratega Miguel Angel Ramírez Salado, quien imparte su clase en el Instituto Sor Juana Inés de la Cruz a más de 300 niños.
“Los niños se ríen cuando hacen ejercicios difíciles, no saben que en realidad se están fortaleciendo”, manifestó Ramírez Salado, mientras un grupo hace recorridos sobre sus brazos y piernas.
En el DIF de la colonia Hogar Moderno, ocho niños se prepara intensamente. Los gritos y exclamaciones del karate se escuchan en los salones contiguos y en las escaleras que llevan al segundo piso.
Al frente se encuentra Saúl Grande, quien se mantiene activo en los torneos para adultos.
“Aquí vienen los niños desde los 3 años. Con algunos llevamos mucho tiempo. A veces los papás se desesperan, pues quieren resultados rápidos, pero les hacemos ver que se trata de una formación integral, tiene que haber una colaboración mutua para saber hacia dónde queremos dirigir al alumno”, precisó.
La cultura japonesa en Acapulco
Antes de ingresar al recinto, los pequeños hacen una reverencia y se inclinan ligeramente.
Al igual que el acondicionamiento, para dominar las técnicas principales hay que aprender nociones básicas del japonés.
José Barrera, de 9 años, repite los números del 1 al 10 en dicha idioma, además de repasar los nombres de katas y movimientos específicos en cada sesión.
e_SDLqMae-gueri es la patada con la espinilla y mawashi-gueri es la de media luna”, detalló José Barrera antes de retomar su lugar.
“La exclamación o grito tiene un motivo importante en el karate, significa kiai y es aprovechado por los peleadores para renovar sus energías, es como un grito revitalizador para asestar el siguiente golpe”, añadió.
Tan sólo la kata heian shodan –como se conoce a los movimientos que anteceden a los combates– consta de 21 pasos, con gritos en el 9 y 21 de defensa, además de dos acciones de ataque.
Sin titubear, el grupo efectúa cada rutina que pide el profesor.
Niños con disciplina
En un intermedio para el descanso, debidamente ataviados con el karategi (vestimenta de los karatekas) Damaris Vega, Julieta y Damián Rivas aprovechan para tomar agua. Darinka Grande prefiere sacar un carro y ponerse a jugar.
Antes de perder el orden de la formación, el instructor los llama a filas, para saludar con una reverencia a los visitantes.
En el zócalo de Acapulco, al finalizar su complicada pelea de preparación, en la que cayó en un par de ocasiones al piso, Víctor Gómez, un tanto agitado, pero siempre sonriente, recibe ayuda de su hermano mayor para amarrar su cinta naranja, antes de pasar a la siguiente etapa del entrenamiento, pues en el arte marcial hay que aprender a levantarse después de cada caída y seguir adelante.
Noticia:
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