Es curioso que tanto siendo profesores como alumnos muchas veces no seamos conscientes, valga la redundancia, de lo que el Karate nos aporta a nuestra consciencia, tanto emocional como física.
Aunque creo que realmente en cualquier actividad que hagamos podamos llegar a ese estado de «consciencia plena», con el Karate, a lo largo del tiempo y a corto plazo clase a clase, los resultados son increíbles, tanto con niños como con adultos.
A nivel emocional hay muchísimos estímulos en el día a día de un karateka que nos ayudan a ser conscientes de nuestros sentimientos y de nuestras emociones, pero por supuesto tenemos que estar abiertos a sentirlos y a aceptarlos como propios, sin luchar contra ellos.
Podemos y debemos escuchar nuestro interior en nuestras acciones cotidianas y eso nos ayudará a conocernos a nosotros mismos y forjar nuestro «DO».
Hay casos muy obvios en los que los sentimientos brotan desbocados por nuestros poros: enfrentarse a todas las miradas de nuestra clase siendo el foco de atención haciendo un kata en medio del tatami mientras todos nos observan, cuando nuestro maestro nos confía una responsabilidad como por ejemplo enseñar un kata a algún compañero, o una prueba para subir de grado. En cualquiera de estos momentos no es difícil «escuchar» nuestro interior, pues las emociones (obviamente dependiendo de nuestra personalidad y lo acostumbrados que estemos a hacerlo) están a flor de piel; en estos casos quizás lo más difícil sea distinguir cual o cuales son las predominantes.
Pero hay otros casos, que ocurren, como he mencionado antes, en el día a día que muchas veces pasan inadvertidos. Por ejemplo, si un alumno nuevo aparece en nuestro dojo, algunos quizás sientan cierto recelo hacia él, otros ganas de ayudarle, otros quizás sientan en su interior el recuerdo de cuando acudieron ellos mismos el primer día a aprender karate. Al fin y al cabo, cada persona es un mundo y una misma situación es enfrentada de forma muy distinta por cada una, y por eso es importante, y divertido (al menos yo lo pienso así), el observarnos como en tercera persona e intentar ser conscientes de qué sucede en nuestro interior (sin descuidar la clase, por supuesto).
Otras acciones cotidianas en las que podemos intentar «escucharnos» pueden ser qué sentimos si llegamos tarde a clase (vergüenza, pena, nos da igual porque pasamos del tema -hay de todo en esta vida-), cómo nos sentimos al observar que no nos termina de salir bien la combinación de kihon correspondiente (frustración, desánimo), o por ejemplo al hacer kumite y «ganar» a nuestro compañero (pongo «ganar» entre muchas comillas pues sobre eso se puede hablar largo y tendido) (sentimiento de grandeza, gozo, satisfacción porque funciona lo aprendido), y así con multitud de situaciones cotidianas que nos ocurren a todos en nuestro camino dentro del Karate.
Está claro que todo esto depende mucho de si salimos o no de nuestra zona de confort, pues cuando lo hacemos estamos siempre muchos mas atentos inconscientemente y eso nos ayuda a crecer como karatekas y como personas.
Por supuesto a nivel físico el Karate también nos ayuda muchísimo a ser conscientes de nuestro cuerpo, pues es un «deporte» en el que podemos y debemos usar prácticamente todo nuestro cuerpo. No somos conscientes de los músculos que tenemos en los pies hasta que no hacemos un yoko sokuto geri e intentamos concentrar el sokuto. ¿Qué otros deportes o actividades requieren tal nivel de conocimiento y consciencia sobre nuestro cuerpo? Realmente muy pocos.
Y eso pasa en nuestros inicios como karatekas por ejemplo con nuestros hombros al intentar no subirlos al ejecutar un tsuki o con el hikite para colocarlo correctamente; pero también mas avanzados con nuestra respiración, con la focalización y proyección de nuestra energía al golpear, con nuestra atención al hacer el zanshin o con el binomio contracción/relajación para lograr un buen kime.
Creo que por muy alto grado que uno sea siempre hay cosas en las que ser consciente (y por supuesto de las que aprender).
Así pues, si eres alumno te animo a que intentes ser un poquito mas consciente de esos detalles que, aunque parezcan insignificantes, nos hacen SENTIR, nos hacen notar que estamos vivos, por muy nimios que parezcan.
Y si eres profesor te animo a que hables de esto con tus alumnos desde bien pequeños, pues el reconocimiento de las emociones en primera infancia y la gestión y aceptación de ellas más adelante y en la etapa adulta resultará algo primordial para una buena salud integral a lo largo de su vida.
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