Aristodemo fue un guerrero espartano, uno de los trescientos enviados a la Batalla de las Termópilas. Junto con un camarada, Éurito, Aristodemo fue afectado por una infección en el ojo. Debido a esto, el rey Leónidas ordenó a ambos regresar a Esparta antes de la batalla, pero Éurito desacató la orden, regreso al combate y murió en él.
El historiador Heródoto pensaba que si hubieran retornado ambos vivos del combate, enfermos y excusados, no serían insultados por los espartanos. Pero, al morir en combate, Éurito hizo quedar mal a Aristodemo, que no quiso volver a la lucha; porque, además, otro camarada, también superviviente al ausentarse del choque para enviar un recado a Tesalia, expresaría en un trágico acto toda su vergüenza. Este ausente involuntario era Pantites, quien al llegar de nuevo a las Termópilas, y al ver a sus camaradas muertos, decidió quitarse la vida para prevenir la condena social que le podía significar haber sobrevivido. Pero Aristodemo no; él temía a la muerte. Debido a que Éurito había fallecido, Aristodemo fue tratado como un cobarde y sometido a la humillación y desgracia por parte de sus mismos compatriotas. Ningún espartano le hablaría o se relacionaría con él.
Llevo practicando artes marciales desde hace 40 años, empecé en 1980. Entrenando duro y creyendo en ello, no sólo como un hobby, una forma de vida le llamábamos. Nos llamábamos a nosotros mismos guerreros. Refinando las técnicas siempre por si algún día llegaba el momento de tener que utilizarlas contra un enemigo que quisiera atentar contra mi vida o la de los míos. Me creía capaz de sobrevivir al ataque de un malhechor, y hasta de más de uno, si las circunstancias me fuesen siquiera un poco favorables. Pero en realidad tan solo estaba jugando a ser un guerrero.
Pero finalmente el enemigo ha llegado. Está aquí. Y no es un enemigo normal. No es aquel contra el que mentalmente había luchado y vencido en cientos de ocasiones. Este enemigo es cien mil veces peor. Porque es invisible. Porque no hay arma ni técnica conocida que nos proteja de un enemigo capaz de esconderse en un paquete de garbanzos o en una lata de cerveza comprada en el supermercado, introducirse en nuestro cuerpo y atacarnos desde nuestro propio interior con inusitada virulencia. Este sí es un verdadero ninja (permitidme la licencia sarcástica).
Y eso me asusta. Sí, tengo miedo. Como Aristodemo yo también tengo miedo a la muerte, sobre todo al tipo de muerte y desamparo previo que provoca este maldito nuevo enemigo. Y no solamente tengo miedo por mí, sino por supuesto también por los míos, por mis familiares y amigos y conocidos. Me gustaría que esto no fuese más que una pesadilla pero parece que no lo es. Parece que es muy cierto y que de momento estamos a merced únicamente de la suerte de que no nos toque esta negra lotería.
Ante el agravio que sintió, Aristodemo deseó profundamente un instante de gloria. En la Batalla de Platea, Aristodemo peleó con tanta furia que los espartanos lo perdonaron. Luchó en forma valerosa, desenfrenada, queriéndose llevar por delante al enemigo. Fue un verdadero demonio para sus adversarios. Pero, pese a reconocer que su lucha había sido magnífica, no lo premiaron con ninguna distinción especial, ya que peleó arriesgando su vida, de una manera suicida, y los espartanos valoraban más a quienes peleaban con deseos de seguir con vida.
Al contrario de Aristodemo yo no deseo instantes de gloria. No deseo librar ninguna batalla porque eso significaría que el enemigo ha llegado hasta mi puerta, y no sé cómo defenderme de él. Pensaba que era un guerrero pero he descubierto que sólo soy un cobarde. La única gloria que deseo para mí es poder volver a abrazar a los míos y reír con ellos brindando en torno a una mesa.
Un abrazo a tod@s y mucha suerte.
Dani Esteban -Kôryu-
Bujinkan Dai Shihan
Fuente: bushidojo.wordpress.com
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