El perro, el gallo y la zorra
Imagen de MiZie en Pixabay Hace muchísimos años, un perro y un gallo se pusieron de acuerdo para abandonar el triste lugar en el que vivían y viajar por todos los rincones del mundo. Cansados de caminar llegaron a un gran árbol, en el cual el gallo se encaramó a lo más alto para dormir más tranquilo y el perro se quedó recostado a los pies de tan magnífico tronco. Al otro día, como hacen todos los gallos, al ver la salida del sol, nuestro gallo se puso a cantar enérgicamente para anunciar la llegada de un nuevo día. Una zorra escuchó su canto y en un abrir y cerrar de ojos se plantó a los mismos pies del árbol. Cuando vio al gallo encima, le gritó desde abajo que deseaba poder verle más de cerca y besar la cabeza del intérprete de tan encantadora melodía. Pero en vez de bajar, el gallo le pidió que le hiciera antes el favor de despertar al portero que había debajo del árbol. Antes de que la zorra pudiera decir nada, el perro se lanzó sobre ella y no le dejó nada más que el rabo. Moraleja: Si no puedes vencer a un enemigo poderoso, busca a alguien más fuerte que quiera...
Las mulas y los ladrones
Imagen de Simon Berger en Pixabay Dos mulas bien cargadas con paquetes andaban con dificultad por el camino. Una cargaba sacos con dinero y la otra llevaba granos. La mula que llevaba el dinero andaba con la cabeza erguida, como si supiera del valor de su carga, y movía de arriba abajo las campanas sonoras sujetadas a su cuello. Mientras tanto, su compañera seguía con el paso tranquilo y silencioso. De repente unos ladrones se precipitaron sobre ellas desde sus escondrijos, y en la riña con sus dueños, la mula que llevaba el dinero fue herida con una espada, y avariciosamente tomaron el dinero sin hacer caso del grano. La mula que había sido robada y herida se lamentó de sus desgracias. La otra contestó:– “Estoy en efecto muy contenta de que fui despreciada, pues no he perdido nada y tampoco me hicieron daño”.Moraleja: La ostentación bulliciosa de la riqueza solo trae...
Reflexión sobre El Bambú Japonés
Imagen de Walkerssk en Pixabay No es necesario ser agricultor para saber que, una buena cosecha requiere de buena semilla, buen abono y riego constante. También es sabido que quien cultiva la tierra, no se para impaciente frente a la semilla sembrada y grita con todas sus fuerzas: crece de una vez… Hay algo muy curioso que sucede con el bambú japonés y que lo transforma en no apropiado para personas impacientes: Se siembra la semilla, se la abona, y se la riega constantemente. Durante los primeros meses, aparentemente no sucede nada. Durante los primeros siete años, en realidad no ocurre nada, de tal manera, que un cultivador inexperto, estaría convencido de que las semillas que ha comprado son semillas infértiles. Sin embargo, durante el séptimo año, en sólo seis semanas, la planta de bambú crece más de treinta metros. En realidad, se tomó siete años y seis semanas en desarrollarse. Durante los primeros siete años de aparente inactividad, el bambú genera un complejo sistema de raíces, que le permitirán sostener el crecimiento que va a tener después de siete años. Esto nos da una lección de paciencia y perseverancia, de espera y aceptación. Muchas veces queremos encontrar resultados rápidos y a veces abandonamos justo cuando estábamos a punto de “conquistar la meta”. Nos olvidamos que conviene ser perseverantes, y esperar el momento adecuado. Es necesario comprender, que a veces estamos atrapados en situaciones, o etapas en nuestra vida en que pareciera que no sucede nada, y nos decaemos….Justo en esos momentos, podemos recordar el ciclo de crecimiento del bambú japonés, y no rendirnos, al no ver los resultados que esperamos, en esos momentos, algo está creciendo y madurando en nuestro interior, esperando el momento oportuno para materializarse. Si todavía no consigues lo que anhelas, no te desesperes, ten paciencia, todo tiene su razón de ser, quizá estés hechando raíces. Origen...
Ausencia
Imagen de DarkmoonArt_de en Pixabay Maestro, ¿dónde está Dios?– Aquí mismo. – ¿Dónde está el paraíso?– Aquí mismo. – ¿Y el infierno?– Aquí mismo. Todo está aquí mismo. El presente, el pasado, el futuro, están aquí mismo. Aquí está la vida y aquí está la muerte. Es aquí donde los contrarios se confunden. – ¿Y yo dónde estoy?– Tú eres el único que no está aquí. Microcuento Alejandro...
Toma la gratitud – Buda
Imagen de Marisa04 en Pixabay En una ocasión un hombre vino a Buda y le escupió la cara, sus discípulos, por supuesto, estaban enfurecidos. Ananda el discípulo más cercano, dirigiéndose a Buda dijo: ¡Esto pasa de la raya! Y estaba rojo de irá y prosiguió: ¡Dame permiso, para que le enseñe a éste hombre lo que acaba de hacer! Buda se limpió la cara y dijo al hombre: GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS. Has creado, una situación, un contexto, en el que he podido comprobar sí todavía puede invadirme la irá o no, y no puede, y te estoy tremendamente agradecido; y también has creado un contexto para mis discípulos, principalmente para Ananda mi discípulo más cercano. Esto le permite ver que todavía puede invadirle la irá ¡Muchas gracias! ¡Te estamos muy agradecidos! Y siempre estás invitado a venir. Por favor, siempre que sientas el imperioso deseo de escupirle a alguien puedes venir con nosotros. Fue una conmoción tal para aquel hombre… No podía dar crédito a sus oídos, no podía creer lo que estaba sucediendo, había venido a provocar la ira de Buda, y había fracasado. Aquella noche no pudo dormir, estuvo dando vueltas en la cama, los pensamientos le perseguían continuamente: El escupir a Buda una de las cosas más insultantes y el que él permaneciese tan sereno tan en calma como lo había estado antes, como sí no hubiese pasado nada… El que Buda se limpiase la cara y dijera: GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS, cuando sientas ganas de escupir a alguien, por favor ven a nosotros, se acordaba una y otra vez… Cuando Buda le dio las gracias, no fue una formalidad le estaba verdaderamente agradecido, todo su ser, le decía que estaba agradecido, Buda desprendía una atmósfera de agradecimiento. A la mañana siguiente muy temprano, volvió precipitado, se postró a los pies de Buda y dijo: Por favor perdóname no he podido dormir en toda la noche. Buda respondió, no tiene la menor importancia no pidas perdón por algo que ya no tiene existencia. ¡Ha pasado tanta agua por el río Ganges! Mira ¡Discurre tanta agua a cada momento! Han pasado 24 horas, por qué cargas con algo que ya no existe, ¡no pienses más en ello¡ Y además, yo no te puedo perdonar, porque en primer lugar nunca llegué a enojarme contigo, si me hubiera enojado te podría perdonar, guarda la experiencia y aprende profundamente de estos hechos y del agradecimiento. Enseñanzas de...
Animarse a volar
Imagen de Torben Stroem en Pixabay Y cuando se hizo grande, su padre le dijo: -Hijo mío, no todos nacen con alas. Y si bien es cierto que no tienes obligación de volar, opino que sería penoso que te limitaras a caminar teniendo las alas que el buen Dios te ha dado. -Pero yo no sé volar – contestó el hijo. -Ven – dijo el padre. Lo tomó de la mano y caminando lo llevó al borde del abismo en la montaña. -Ves hijo, este es el vacío. Cuando quieras podrás volar. Sólo debes pararte aquí, respirar profundo, y saltar al abismo. Una vez en el aire extenderás las alas y volarás… El hijo dudó. -¿Y si me caigo? -Aunque te caigas no morirás, sólo algunos machucones que harán más fuerte para el siguiente intento –contestó el padre. El hijo volvió al pueblo, a sus amigos, a sus pares, a sus compañeros con los que había caminado toda su vida. Los más pequeños de mente dijeron: -¿Estás loco? -¿Para qué? -Tu padre está delirando… -¿Qué vas a buscar volando? -¿Por qué no te dejas de pavadas? -Y además, ¿quién necesita? Los más lúcidos también sentían miedo: -¿Será cierto? -¿No será peligroso? -¿Por qué no empiezas despacio? -En todo casa, prueba tirarte desde una escalera. -…O desde la copa de un árbol, pero… ¿desde la cima? El joven escuchó el consejo de quienes lo querían. Subió a la copa de un árbol y con coraje saltó… Desplegó sus alas. Las agitó en el aire con todas sus fuerzas… pero igual… se precipitó a tierra… Con un gran chichón en la frente se cruzó con su padre: -¡Me mentiste! No puedo volar. Probé, y ¡mira el golpe que me di!. No soy como tú. Mis alas son de adorno… – lloriqueó. -Hijo mío – dijo el padre – Para volar hay que crear el espacio de aire libre necesario para que las alas se desplieguen. Es como tirarse en un paracaídas… necesitas cierta altura antes de saltar. Para aprender a volar siempre hay que empezar corriendo un riesgo. Si uno no quiere correr riesgos, lo mejor será resignarse y seguir caminando como siempre. Cuento de Jorge...
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