El coleccionista de insultos
Cerca de Tokio vivía un gran samurái que se dedicaba a enseñar el budismo a los jóvenes. Aunque tenía una edad avanzada, corría la leyenda de que era capaz de vencer a cualquier adversario. Imagen de WikiImages en Pixabay Un día, un guerrero conocido por su falta de escrúpulos pasó por la casa del anciano samurái. Era famoso por provocar a sus adversarios y, cuando estos perdían la paciencia y cometían un error, contraatacaba. El joven guerrero jamás había perdido una batalla. Conocía la reputación del viejo samurai, por lo que quería derrotarlo y aumentar aún más su fama. Los discípulos del maestro se opusieron pero el anciano aceptó el desafío. Todos se encaminaron a la plaza de la ciudad, donde el joven guerrero empezó a provocar al viejo samurái: Le insultó y escupió en la cara. Durante varias horas hizo todo lo posible para que el samurái perdiera la compostura, pero el viejo permaneció impasible. Al final de la tarde, ya exhausto y humillado, el joven guerrero se retiró. Decepcionados por el hecho de que su maestro aceptara tantos insultos y provocaciones sin responder, sus discípulos le preguntaron: – ¿Cómo ha podido soportar tanta indignidad? ¿Por qué no usó su espada, aunque pudiera perder en vez de mostrarse como un cobarde ante todos nosotros? El anciano les contestó: – Si alguien se acerca a ti con un regalo y no lo aceptas, ¿a quién le pertenece el regalo? – A quien intentó entregarlo, por supuesto – respondió uno de los discípulos. – Pues lo mismo vale para la envidia, la rabia y los insultos – explicó el maestro – Cuando no los aceptas, siguen perteneciendo a quien los llevaba consigo. Moraleja: Este cuento psicológico nos enseña que debemos medir nuestras reacciones ya que cuando nos enfadamos o frustramos con los demás, en realidad lo que estamos haciendo es cediéndoles el control. Muchas personas se comportan como camiones de basura, dispuestas a dejar sus frustraciones e ira donde se lo permitan. Fuente:...
El sabor de la fresa (cuento Zen)
Imagen de congerdesign en Pixabay Un hombre que cruzaba un campo se encontró con un tigre. Huyó y el tigre corrió tras él. Al llegar a un precipicio cayó en él pero pudo agarrarse con las dos manos a una raíz y quedó colgando del borde. El tigre le olisqueaba desde arriba gruñendo. El hombre, tembloroso, bajó la vista y vio que muy abajo, al fondo del precipicio, otro tigre aguardaba para devorarle. Sólo la raíz lo sostenía. En ese momento dos ratones, uno blanco y otro negro, se pusieron a roer poco a poco la raíz. Al mismo tiempo el hombre vio una suculenta fresa silvestre cerca de él. Aferrándose a la raíz con una sola mano, arrancó la fresa con la otra y se la metió en la boca. ¡Qué sabor tan dulce...
El Samurái y la deuda
Durante la ocupación de Okinawa, un Samurái que le había prestado dinero a un pescador, hizo un viaje para cobrarlo a la provincia Itoman, donde vivía el pescador. No siéndole posible pagar, el pobre pescador huyó y trató de esconderse del Samurái, que era famoso por su mal genio. El Samurái fue a su hogar y al no encontrarlo ahí, lo buscó por todo el pueblo. A medida que se daba cuenta de que se estaba escondiendo se iba enfureciendo. Finalmente, al atardecer, lo encontró bajo un barranco que lo protegía de la vista. El Samurái en su enojo, desenvainó su espada y le gritó: ¿Qué tienes para decirme? El pescador replicó, «antes de que me mate, me gustaría decir algo. Humildemente le pido esa posibilidad». El Samurái dijo, «¡ingrato! Te presto dinero cuando lo necesitas y te doy un año para pagarme y me retribuyes de esta manera. Habla antes de que cambie de parecer». «Lo siento», dijo el pescador. » Lo que quería decir era esto: Acabo de comenzar el aprendizaje del arte de «la mano vacía» y la primera cosa que he aprendido es el precepto: “Si alzas tu mano, restringe tu temperamento; si tu temperamento se alza, restringe tu mano». El Samurái quedó anonadado al escuchar esto de los labios de un simple pescador. Envainó su espada y dijo: «Bueno, tienes razón. Pero acuérdate de esto, volveré en un año a partir de hoy, y será mejor que tengas el dinero.» Y se fue. Había anochecido cuando el Samurái llegó a su casa y, como era costumbre, estaba a punto de anunciar su regreso, cuando se vio sorprendido por un haz de luz que provenía de su habitación, a través de la puerta entreabierta. Agudizó su vista y pudo ver a su esposa tendida durmiendo y el contorno impreciso de alguien que dormía a su lado. Muy sorprendido y explotando de ira se dio cuenta de que era un Samurái. Sacó su espada y sigilosamente se acercó a la puerta de la habitación. Levantó su espada preparándose para atacar a través de la puerta, cuando se acordó de las palabras del pescador: «Si tu mano se alza, restringe tu temperamento; si tu temperamento se alza restringe tu mano». Volvió a la entrada y dijo en voz alta. «He vuelto». Su esposa se levantó, abriendo la puerta salió junto con la madre del Samurái para saludarlo. La madre vestida con ropas de él. Se había puesto ropas de Samurái para ahuyentar intrusos durante su ausencia. El año pasó rápidamente y el día del cobro llegó. El Samurái hizo nuevamente el largo viaje. El pescador lo estaba...
Combate entre fantasmas
Era un campesino muy supersticioso. Las cosechas le habían ido bien y otro campesino, lleno de envidia y resentido, le dijo un día: – El fantasma de mi abuelo se te va a aparecer a partir de esta noche. – Te prevengo, porque mi abuelo era un hombre de genio atroz. – Seguro que su fantasma tiene la misma furia. – ¡Ten mucho cuidado con él! Imagen de Enrique Meseguer en Pixabay Esta noche, cuando el campesino iba a dormirse, se sobresaltó en la oscuridad de su cuarto. Aterrado, vio flotando en el aire, la faz desvaída, pero enfurecida, de un fantasma. Encendió la luz, presa de la angustia, y no pudo dormir en toda la noche. Esa misma escena se repitió por varios días y el campesino estaba al borde de la desesperación. Tal era su zozobra que fue al monasterio del pueblo y le expuso al lama lo que le sucedía. El lama escuchó con suma atención. Buscó en un baúl y sacó una fotografía, amarillenta de tan vieja. – Mira bien esta fotografia, campesino – dijo el lama En la fotografia se veía el rostro desdibujado de un anciano. – Este era mi abuelo. El hombre más feroz que nadie haya conocido. Su fantasma es terrible, verdaderamente terrible. Mi abuelo era un hombre colérico hasta la brutalidad. Su fantasma, yo lo he visto, es mucho más irritable que fuera mi abuelo en vida. Ahora yo voy a hacer un encantamiento para que el fantasma de mi abuelo se ponga a tu servicio. Cuando aparezca el fantasma del abuelo del campesino que quiere perjudicarte, le lanzas contra él al fantasma de mi abuelo. Te aseguro que el fantasma de mi abuelo lo va a destrozar y nunca más volverás a ser molestado. Ahora vete tranquilamente. Ya veo que va contigo, para custodiarte y ayudarte, el fantasma de mi abuelo. Llegó la noche. El campesino supersticioso se fue a la cama. Apagó la luz. De súbito, se presentó el fantasma que le venía hostigando desde hacía días. Lanzó contra él el fantasma enfurecido y muy violento del abuelo del lama. Fue una pelea tremenda, en la oscuridad hermética del cuarto del campesino. El fantasma del abuelo del lama se impuso en la pelea, golpeó brutalmente al otro fantasma, le redujo y le humilló. Le exigió el juramento de que jamás volvería a molestar al pacífico campesino y el fantasma, avergonzado, lo juró. Pasaron los días. Nunca el campesino volvió a ser molestado por el fantasma. Muy agradecido llevó algunas verduras al lama. El lama le dijo: – Ahora quiero que durante unos meses medites tal como te voy a enseñar. –...
Maestro no vendré más al Dojo!
Un estudiante comenzaba a tener una actitud de dejadez , en un final del día le dice a su Maestro- Maestro no vendré más al Dojo! Y el Sensei le respondió: – Por qué dices eso? El joven alterado, le contestó:- Veo a mis compañeros hablar mal de otros; siento que mi Senpai no me explica bien e incluso usted Sensei, ya no me dedica tiempo como antes; en los entrenamientos me gustaría hacer otras cosas, siempre hacemos lo mismo, los estudiantes nuevos no tendrían que estar en clase , no favorece al grupo; entre tantas y tantas otras cosas malas que veo. El Maestro sin dudarlo le respondió:- Esta bien, pero antes quiero que me hagas un favor: Por ultima vez correrás al rededor del tatami , pero esta vez sin detenerte, realiza 25 vueltas y luego sin descanso, haces 50 flexiones … Después de eso, podrás retirarte. Y el joven pensó: (Nada complicado, puedo hacerlo!) Y dio las vueltas apresurado y las flexiones, como le solicitó el Sensei. Cuando terminó dijo: – Listo, Sensei. Y el Maestro le respondió:- Cuando estabas dando vueltas, viste a tus compañeros hablar mal de otros? El joven estudiante dijo: – No… Viste que tu Senpai y yo tu Maestro, ambos estábamos pendientes de tí? El joven: – No pude verlos… Viste a tus Kohai y nuevos estudiantes distraídos o poco animados haciendo lo que no debían? El joven: – No, tampoco. Sabes por qué? Estabas concentrado en hacer lo que debías y de la mejor manera que pensabas. Lo mismo sucede en nuestra vida. Cuando nuestro enfoque es responsable y consciente de la práctica verdadera y del objetivo final del DO, no tenemos tiempo de ver los errores de los demás. Quién sale del Dojo por causa de la gente, nunca entró por una buena razón. Aplícalo en toda tu vida, sea cual sea tu disciplina marcial o la actividad que realices; quédate con el mensaje o compártelo. Enfócate en tus metas e ignora lo que los otros hacen y llegarás a dónde quieres llegar. Ahora ya te puedes ir. Adaptado del texto de Aikido de Pedro...
El juicio injusto
Cuenta que en la Edad Media un hombre muy virtuoso fue injustamente acusado de asesinato. El culpable era una persona muy influyente del reino, y por eso desde el primer momento se procuró hallar un chivo expiatorio para encubrirlo. El hombre fue llevado a juicio y comprendió que tendría escasas oportunidades de escapar a la horca. El juez, aunque también estaba confabulado, se cuidó de mantener todas las apariencias de un juicio justo. Por eso le dijo al acusado: “Conociendo tu fama de hombre justo, voy a dejar tu suerte en manos de Dios. Escribiré en dos papeles separados las palabras: ‘CULPABLE’ e ‘INOCENTE’. Tú escogerás, y será la providencia la que decida tu destino”. Por supuesto, el perverso funcionario había preparado dos papeles con la misma leyenda: ‘CULPABLE’. La víctima, aun sin conocer los detalles, se dio cuenta de que el sistema era una trampa. Cuando el juez lo conminó a tomar uno de los papeles, el hombre respiró profundamente y permaneció en silencio unos segundos con los ojos cerrados. Cuando la sala comenzaba ya a impacientarse, abrió los ojos y, con una sonrisa, tomó uno de los papeles, se lo metió a la boca y lo engulló rápidamente. Sorprendidos e indignados, los asistentes le reclamaron. —Pero, ¿qué has hecho? ¿Ahora cómo vamos a saber cuál era el veredicto? —Es muy sencillo —dijo el acusado—. Es cuestión de leer el papel que queda, y sabremos lo que decía el que me tragué. Moraleja: Por más difícil que nos parezca una situación, nunca dejemos de buscar una solución a lo que nos está pasando. La verdad siempre sale a la luz. Leído por...
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