La casa pequeña: Una parábola para ver la vida con otros ojos
Un hombre, agobiado por la difícil situación en la que vivía, acudió a un rabino para pedirle consejo. – Rabino, mi casa es muy pequeña. Vivo con mi mujer, mis hijos y mis suegros en una habitación, por lo que nos estorbamos unos a otros. Nos pasamos el día gritándonos. No sé qué hacer – le dijo con tono desesperado. El rabino le preguntó si tenía una vaca. El hombre le respondió que sí, por lo que le aconsejó que la metiera también dentro de la casa. El hombre se quedó perplejo con el consejo del rabino pero lo siguió al pie de la letra, por lo que una semana más tarde regresó quejándose de que la convivencia era mucho más desagradable que antes. – Mete también en casa a tus dos cabras – le aconsejó el rabino. Una vez más, el hombre siguió el consejo, pero volvió de nuevo explicando que la situación había empeorado. El rabino le preguntó qué otros animales tenía. Cuando el hombre le respondió que sólo tenía un perro y algunas gallinas, el rabino le dijo que los metiera también en casa y volviera a la semana siguiente. Desconcertado, el hombre regresó a su casa y siguió el consejo del rabino pero esta vez, cuando volvió, estaba fuera de sí. – ¡Esto es insoportable! Tengo que hacer algo o me volveré loco. ¡Por favor, ayúdeme! – Escucha con atención: coge la vaca y llévala al establo, saca las cabras al corral, deja al perro fuera de casa y devuelve las gallinas al gallinero. Y dentro de unos días ven de nuevo a verme. Cuando volvió, el hombre estaba eufórico. – ¡Ah, rabino! Ahora en casa hay mucho más espacio, solo están mi mujer, mis hijos y mis suegros. ¡Vaya mejora! Hay situaciones difíciles de tolerar. No cabe dudas. Pero la mayoría de las veces, somos nosotros quienes perdemos la perspectiva y añadimos más presión a una realidad que no es tan mala como la dibujamos. A veces, necesitamos que las cosas empeoren para valorar lo que teníamos, como le ocurrió al hombre de la historia. El problema es que no siempre es posible volver atrás. Fuente: rinconpsicología.com...
¿Hay vida antes de la muerte?
Todas las preguntas que se suscitaron aquel día en la reunión pública estaban referidas a la vida más allá de la muerte. El Maestro se limitaba a sonreír sin dar una sola respuesta. Cuando, más tarde. Los discípulos le preguntaron por qué se había mostrado tan evasivo, él replico: – ¿No habéis observado que los que no saben qué hacer con esta vida son precisamente los que más desean otra vida que dure eternamente? – Pero ¿hay vida después de la muerte o no la hay?, insistió un discípulo. – ¿Hay vida antes de la muerte? ¡Esta es la cuestión! – replico enigmáticamente el Maestro. Fuente: El libro “¿Quién puede hacer que amanezca?” de Anthony de Mello...
La técnica
En la sesión del Dojo el instructor presentó a los alumnos al anciano fundador del ryu, una persona muy mayor que, tambaleante y sonriente, les saludó con simpatía. Uno a uno, los alumnos fueron pasando para pedirle al anciano que realizara sus técnicas preferidas para ver, por manos directas del creador del estilo, su realización. Un joven alto, que había empezado hacía poco tiempo, le pidió una técnica. El anciano, de repente, condensó sus músculos en un movimiento firme y realizó, sin titubear ni temblar, la técnica. El discípulo se quedó sorprendido. Poco después le tocó el turno al alumno más avanzado del Dojo, que le pidió le realizar la misma técnica. El anciano, con los miembros distendidos, realizó la técnica con la ejecución perfecto, pero apenas sin fuerzas y temblando visiblemente. Finalmente, dejaron que entraran algunos seguidores del estilo y, uno de ellos, le pidió otra vez lo mismo. El anciano, con sorpresa, dijo: -Pídame otra más fácil, soy ya muy viejo para hacer ésas cosas. Al término de la sesión el instructor y su anciano Maestro hablaban juntos, solos, en el Dojo. -No entiendo -dijo el instructor- ¿por qué disteis tan diferentes respuestas a la misma técnica? El anciano sonrió: -Uno de ellos acababa de empezar, es bueno animarle en su camino, que va a ser muy duro, con llamativas técnicas para que sepa lo que es capaz de lograr si se esfuerza. El siguiente ya era un alumno acostumbrado, no necesitaba tanto la técnica en sí, ya la conoce y la ha practicado sobradamente, sino el verme realizarla por el mero hecho de verme a mí, aunque ya viejo y cansado. El último solamente nos ve desde el exterior, no voy a enseñarle algo de tanta importancia a alguien que no quiere sacrificios y que puede...
La Serpiente y el Fuego
Un maestro del oriente vio que una serpiente estaba muriendo quemada y decidió sacarla del fuego, pero cuando lo hizo, la serpiente le picó. Por la reacción de dolor, el maestro la soltó y el animal cayó de nuevo al fuego y se estaba quemando de nuevo. El Maestro intentó sacarla otra vez y otra vez, la serpiente le picó. Alguien que estaba observando se acercó al maestro y le dijo: “Disculpe, pero usted es terco… No entiende que todas las veces que intentar sacarla del fuego va a molestarlo”. El maestro respondió: “La naturaleza de la serpiente es picar, y eso no va a cambiar la mía, que es ayudar”. Entonces, con la ayuda de un pedazo de hierro, el maestro sacó la serpiente de fuego y salvó su vida. No cambies tu naturaleza si alguien te hace algún daño, no pierdas tu esencia; sólo toma precauciones. Algunos persiguen la felicidad, otros la crean. Preocúpate más de tu conciencia que de tu reputación. Porque tu conciencia es lo que eres, y tu reputación es lo que piensan los demás de ti. Y lo que piensan los demás, no es nuestro problema… Es problema de ellos....
Buena suerte o mala suerte
En una aldea pequeña, hace muchos años, vivía un campesino junto a su único hijo. Los dos se pasaban las horas cultivando el campo sin más ayuda que la fuerza de sus manos. Se trataba de un trabajo muy duro, pero se enfrentaban a él con buen humor y nunca se quejaban de su suerte. Un día, un precioso caballo negro salvaje bajó las montañas galopando y entró en su granja atraído por el olor a comida. Descubrió que el establo estaba repleto de heno, zanahorias y brotes de alfalfa, así que ni corto ni perezoso, se puso a comer. El joven hijo del campesino lo vio y pensó: – ¡Qué animal tan fabuloso! ¡Podría servirnos de gran ayuda en las labores de labranza! Sin dudarlo, corrió hacia la puerta del cercado y la cerró para que no pudiera escapar. En pocas horas la noticia se extendió por el pueblo. Muchos vecinos se acercaron a felicitar a los granjeros por su buena fortuna ¡No se encontraba un caballo como ese todos los días! El alcalde, que iba en la comitiva, abrazó con afecto al viejo campesino y le susurró al oído: – Tienes un precioso caballo que no te ha costado ni una moneda… ¡Menudo regalo de la naturaleza! ¡A eso le llamo yo tener buena suerte! El hombre, sin inmutarse, respondió: – ¿Buena suerte? ¿Mala suerte? … ¡Quién sabe! Los vecinos se miraron y no entendieron a qué venían esas palabras ¿Acaso no tenía claro que era un tipo afortunado? Un poco extrañados, se fueron por donde habían venido. A la mañana siguiente, cuando el labrador y su hijo se levantaron, descubrieron que el brioso caballo ya no estaba. Había conseguido saltar la cerca y regresar a las montañas. La gente del pueblo, consternada por la noticia, acudió de nuevo a casa del granjero. Uno de ellos, habló en nombre de todos. – Venimos a decirte que lamentamos muchísimo lo que ha sucedido. Es una pena que el caballo se haya escapado ¡Qué mala suerte! Una vez más, el hombre respondió sin torcer el gesto y mirando al vacío. – ¿Buena suerte? ¿Mala suerte? … ¡Quién sabe! Todos se quedaron pensativos intentando comprender qué había querido decir de nuevo con esa frase tan ambigua, pero ninguno preguntó nada por miedo a quedar mal. Pasaron unos días y el caballo regresó, pero esta vez no venía solo sino acompañado de otros miembros de la manada entre los que había varias yeguas y un par de potrillos. Un niño que andaba por allí cerca se quedó pasmado ante el bello espectáculo y después, muy emocionado, fue a avisar a todo...
El gato atado
El maestro de zen y sus discípulos comenzaron su meditación de la tarde. El gato que vivía en el monasterio hacía tanto ruido que distrajo los monjes de su práctica, así que el maestro dio ordenes atar al gato durante toda la práctica de la tarde. Cuando el profesor murió años más tarde, el gato continuó siendo atado durante la sesión de meditación. Y cuando, a la larga, el gato murió, otro gato fue traído al monasterio y siendo atado durante las sesiones de práctica. Siglos más tarde, eruditos descendientes del maestro de zen escribieron tratados sobre la significación espiritual de atar un gato para la práctica de la meditación. Maestro: rituales que nacen accidentalmente pueden convertirse en creencias absurdas que se traspasan de generación a generación. ¿Y tú? .. tienes algun gato atado en tu vida? Cuento tradicional Zen...
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