Que los seres humanos, como prácticamente el resto de primates seamos animales fuertemente sociales y jerárquicos es un hecho evidente y fuertemente desproporcionado, de tal manera que los pocos individuos que se encuentran en la parte más alta del nivel jerárquico del grupo ejercen la mayor parte de la influencia sobre el mismo (David-Barret y Dunbar, 2012). La pregunta que puede surgirnos es porqué un individuo es más susceptible de generar una influencia mayor o menor sobre un grupo. Hay numerosas investigaciones que formulan esta pregunta en el sentido contrario ¿qué factores hacen que un individuo tenga más o menos influencia sobre el prójimo?
Las disciplinas que estudian el comportamiento humano han entendido que las respuestas a las preguntas tan complejas que se formulan, necesitan un enfoque multidisciplinar, en los que las Ciencias Sociales y las Ciencias Puras deben aunar esfuerzos para poder llegar a alguna respuesta más o menos convincente. Es razonable pensar que la posición en la escala jerárquica del grupo y el poder de influenciar a quienes rodean al individuo va a estar condicionado por una serie de variables sociales, educativas y culturales, pero también desde un punto de vista endógeno. En esencia el ser humano, como cualquier otro ser vivo, es una mezcla de productos químicos finamente ajustados y pequeñas variaciones en su composición pueden modificar y modifican el estado del organismo o incluso pueden determinar la viabilidad del mismo como ser vivo. Un ejemplo evidente de este hecho se encuentra en la alimentación o en la ingesta de productos tóxicos, algunos incluso en cantidades insignificantes.
Las hormonas son unas sustancias químicas que, debido a su naturaleza, son capaces de controlar numerosas funciones en el organismo y lo hacen de una manera coordinada y extremadamente precisa. Desde que en 1905 Starlin y Maddock Bayliss acuñaron el término “hormona” (del griego hormao, excito) como mensajero químico hasta nuestros días, la Endocrinología como rama de la ciencia que estudia la anatomía, funciones y alteraciones de estas sustancias y de los órganos que las sintetizan y gestionan (glándulas), se ha mostrado como una disciplina clave para el estudio del comportamiento humano. Y es que algunas de estas hormonas tienen una función clave para la propia supervivencia del individuo tanto social, como física.
La hidrocortisona, comúnmente conocida como cortisol, es una hormona que se sintetiza a partir de colesterol en la glándula suprarrenal.
Cuando el hipotálamo detecta una necesidad de energía debido a una situación de estrés, un nivel bajo de glucocorticoides en sangre o debido a una demanda de glucosa, por ejemplo por la detección de una situación de peligro, esta glándula libera una sustancia llamada CRH que provoca la secreción de una hormona denominada ACTH desde la hipófisis al torrente sanguíneo que, cuando llega a la suprarrenal, desencadena la liberación del cortisol, al mismo tiempo que también ser libera la adrenalina. El cortisol, una vez liberado, circula por el organismo y actúa incrementando el nivel de glucosa en sangre y acelerando el metabolismo de los carbohidratos, lípidos e incluso proteínas, incrementando rápida y fuertemente la capacidad del organismo para generar energía. Una vez en funcionamiento, el cortisol tiene una vida media de presencia en el organismo de unos 60-90 minutos, muy superior al de la adrenalina. Por ello, y por su capacidad para reestablecer la homeostasis, se dice que el cortisol es una hormona de respuesta al estrés (como forma de peligro).
Debido a su propia naturaleza, está claro que el cortisol estará presente en el organismo de manera variable a lo largo del día, en función de la demanda real energética del individuo, y de las situaciones de peligro o estrés a los que esté sometido. Los valores medios en sangre a primera hora de la mañana pueden oscilar entre 140-690 nmol/l (fuente: US National Library of Medicine). Sin embargo, debido a sus propiedades químicas, es fácil detectarlo en otros fluidos corporales y tejidos, como el pelo o la saliva. De hecho, el control de la variación de esta hormona en saliva ha sido ampliamente usado en investigación clínica y sociológica por su carácter no invasivo.
Aguilar-Cordero y col. realizan en 2014 una revisión de más de 50 investigaciones independientes sobre el contenido en cortisol en saliva, en las que ponen de evidencia que el cortisol en saliva es un buen indicador del nivel de estrés y que además va a tener una relación directa con el diagnóstico de problemas de ansiedad y depresión, pero no de manera concluyente, ya que la obesidad conduce a niveles elevados de cortisol al disminuir su regeneración en el hígado. En cuanto a género, estos autores han encontrado en su revisión que al tener el cortisol una gran componente genética, no depende del sexo, o al menos no hay evidencias que se decanten por uno frente al otro. Lo que sí han encontrado es que la falta de afecto tanto en menores como en adultos, está relacionada con una presencia de cortisol más alta en saliva, a la vez que con variaciones de los niveles de otras hormonas como la norepinefrina y epinefrina. No está claro si esta relación es directa o que lo que ocurre es si el afecto favorece las prácticas saludables, mejora la calidad del sueño y genera una actitud positiva hacia llevar una dieta equilibrada y hacer ejercicio, lo que conduce a disminuir el cortisol.
¿Y qué sucede con la testosterona? Esta hormona es mayor y generalizadamente relacionada con lo masculino, un mito que hay que comenzar desterrando. En ambos sexo se produce en las gónadas (testículos y ovarios) y también en pequeñas cantidades en las suprarrenales.
Su función como hormona sexual es la más y mayoritariamente conocida, pero no la única. También está relacionada con el incremento de la masa muscular y ósea.
En cuanto a su síntesis y liberación, en el sexo masculino está bien definido, pero no muy explicado en el sexo femenino. Su mecanismo de acción es doble, por un lado actúa como receptor androgénico, pudiendo encajarse de una u otra manera en el ADN e influenciando su capacidad de expresión provocando la aparición de rasgos masculinos incluyendo el aumento de masa muscular. Por otro lado, la testosterona se puede convertir en otra sustancia llamada estradiol, algo que ocurre en los huesos y en el cerebro. Al ocurrir esto, se provoca el cierre de las epífisis de los huesos y el fin del crecimiento, además de tener ciertos efectos sobre el hipotálamo.
De la testosterona en mujeres, el artículo
https://www.intramed.net/contenidover.asp?contenidoid=88431
Explica breve y claramente el papel tan importante que juega en la salud femenina.
La respuesta fisiológica a la presencia de testosterona es idéntica en individuos masculinos y femeninos, ambos responden de manera similar. El hecho de que se produzcan diferencias entre ambos sexos es que la concentración en sangre en hombres del orden de 10 veces superior a las mujeres, entre 30-100 ng/l sin variaciones muy significativas en las consecuencias sobre la libido a lo largo de todo el rango normal. Ambos sexos dependen de disponer de sus niveles apropiados de andrógenos y estrógenos para mantener su bienestar, libido, densidad ósea y crecimiento muscular.
Si bien, la testosterona también está sometida a fluctuaciones temporales o según las condiciones ambientales, su papel no está bien entendido en cuanto a su relación con los comportamientos sociales. Sherman, Lerner y col. (2015) han estudiado en profundidad la literatura científica sobre este tema y han encontrado que no es concluyente que exista una relación que asocie un mayor nivel de testosterona (tanto en hombres como en mujeres) con su rango social o estatus laboral. Sin embargo estos autores relatan que las evidencias típicamente asignadas a la testosterona son realmente provocadas por el nivel de cortisol y por su efecto adicional de inhibir la acción de la testosterona convirtiéndose en antagonistas a nivel biológico. Y aunque el mecanismo por el cual el cortisol limita o anula el papel de la testosterona no sea aun bien conocido, se puede afirmar que la presencia de cortisol endógeno es un marcador efectivo de la sensibilidad a los efectos sobre el comportamiento de la testosterona. A lo largo de todo su artículo sugieren como el cortisol puede silenciar los efectos de la testosterona y como este efecto biológico puede traducirse a nivel de comportamiento social. Esta hipótesis lanzada en 2010 por P.H. Mehta y R.A. Joseph y denominada como la hipótesis de la hormona dual para regular el comportamiento dominante. Siguiendo esta idea, se puede realizar una clasificación como:
Cortisol bajo – testosterona alta: individuos tienden a mantener posiciones de alto nivel, más dominante o motivacional en un grupo.
Cortisol bajo – testosterona baja: individuos tienden a mantener posiciones de más bajo nivel o más sumiso en un grupo que en el caso anterior.
Cortisol alto – testosterona alta y baja: poseen un nivel o posición similar en un grupo. En estos casos en los que el cortisol puede estar silenciando la respuesta de la testosterona, los factores de dominancia son menos importantes y toman relevancia las habilidades y competencias sociales y de liderazgo. Por ello, aquellas personas que presentan un cortisol elevado no tienen por qué estar destinadas a estar relegadas a los puestos menos relevantes del ranking de dominancia del grupo (niveles inferiores de los estatus organizacionales).
Puede ocurrir que exista un nivel crónicamente elevado de cortisol, como en procesos largos de estrés, casos de pérdidas de empleo sin encontrar otro, casos de acoso, bulling o situaciones traumáticas mantenidas en el tiempo, como suele ocurrir en la violencia de género. En estos casos, el efecto supresor sobre la testosterona y desencadenar un ciclo causa – efecto (estrés – menor respuesta reparadora – mayor estrés – menor respuesta) que termine por conducir a silenciarla. Por otro lado, en individuos con los niveles más elevados de testosterona, sometidos a un nivel de estrés relevante y mantenido (lo que conduciría a niveles de cortisol elevados y crónicos), podrían estar de alguna manera correlacionados con el riesgo de aparición de desórdenes mediados por estrés en individuos dominantes, aunque estas correlaciones son débiles (Knight y col. 2018).
Con todo esto, investigadores del comportamiento han tratado a lo largo de estos últimos años de encontrar maneras en las que se puede modificar el estatus motivacional o de comportamiento y relacionarlo con el nivel de cortisol y/o testosterona de los individuos estudiados. Por ejemplo, Carney, Cuddy y Yap (2010) han publicado tentativas de lo que en inglés denominan “embodiment” o empoderamiento a través de la postura. Estos autores encontraron una diferencia en el cambio de la concentración de testosterona y cortisol según si los sujetos a estudio adoptaban durante un tiempo determinado una posición denominada de poder o de sumisión (posturas de poder: sentado con pies encima de la mesa y manos cruzadas en la nuca, y otra de pie manos apoyadas en una mesa y cuerpo inclinado hacia delante; posturas de sumisión: sentado espalda encorvada, pies y rodillas juntas, manos cruzadas junto a rodillas, y la otra, de pie, pies cruzados, brazos cruzados). Adoptar posturas dominantes durante más de 1 min seguido condujo a incrementos en la presencia de testosterona y disminución de cortisol, justo lo contrario que en posturas de sumisión. Aunque los resultados mostrados son débiles por lo limitado de su estudio (pocos sujetos, pocas posturas, sin reportar controles, y las variaciones de concentración son ligeras, y con mucha variabilidad), es relevante como sí que se aprecia el patrón de modificación explicado, al menos cualitativamente. Esto no significa que vaya a producirse un cambio en la conducta por cambiar la postura, pero sí que puede servir para ayudar a prepararse física y psicológicamente ante una situación de estrés. Este descubrimiento puede ser muy útil al considerar personas que se sientan crónicamente desfavorecidas debido a su posición en el ranking de dominancia en un grupo, estado social, anímico, falta de recursos para afrontar problemas, etc. sin deberse dejar de lado que de hecho debe existir una preparación real para poder afrontar las situaciones de riesgo (hablar en público, enfrentarse a una discusión o a una agresión).
En definitiva, las condiciones ambientales, sociales y culturales se encuentran directamente correlacionadas en los individuos con sus niveles presentes de hormonas que influyen en el comportamiento. Hasta donde hemos llegado aquí, esta correlación no está muy clara y no se puede asignar con precisión la causa y el efecto. Los mecanismos bioquímicos y fisiológicos son complejos y están muy correlacionados, existiendo numerosas variables no controladas. Igualmente las variables sociales consideradas en los estudios consultados son muy limitadas. Algunos autores no citados en esta entrada, reportan investigaciones sobre administración de hormonas (componente exógena) y modificación del comportamiento, pero no son concluyentes. En todo caso, parece que un entrenamiento en habilidades que actúen sobre los efectos no deseados de niveles inadecuados de cortisol y testosterona, podrían de alguna manera modular su concentración y actuar sobre la salud en general e igualmente, actuar sobre los efectos directos relacionados con la presencia de las hormonas, podrían tener un efecto sobre el comportamiento. En definitiva, se puede hacer valer la cita de Juvenal “mens sana in corpore sano” y mejor si también se aplica la inversa “corpore sano in mens sana”.
M.J. Aguilar-Cordero, A.M. Sánchez López, N. Mur Villar y otros. Cortisol salival como indicador de estrés fisiológico en niños y adultos; revisión sistemática Nutr. Hosp. 2014 29 (5) 960-968.
D.R. Carney, Amy J.C. Cuddy, A.J. Yap. Power Posing: Brief Nonverbal Displays Affect Neuroendocrine Levels and Risk Tolerance. Psycological Science 2010 21 (10) 1363-1368
T. David-Barrett, R.I. Dunbar. Cooperation, behavioural synchrony and status in social networks. J. Theoterical Biology 2012 308 88-95
E.L. Knight, C.B. Christian, P.J. Morales, W.T. Harbaugh, U. Mayr, P.H. Mehta. Exogenous testosterone enhances cortisol and affective responses to social-evaluative stress in dominant men. Psychoneuroendocrinology 2017 85 151-157
P.H. Mehta, R.A. Josephs. Testosterone and cortisol jointly regulate dominance: Evidence for a dual-hormone hypothesis. Hormones and Behaviour 2010 58 (5) 898-906
G.D. Sherman, J.S. Lerner, R.A. Josephs y otros. The Interaction of Testosterone and Cortisol Is Associated With Attained Status in Male Executives. J. Personality Social Psychology 2016 110 (6) 921-929
Foto: Abelardo Mendes Jr
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