Cuentan que una vez, tres ilustrados monjes viajaban por Turquía con deseos de disputar con los hombres más sabios del país. Preguntaron entonces al sultán a quién podían dirigirse y éste les habló de un maestro sufí muy famoso en la zona.
Los monjes explicaron que estaban interesados en conocerlo porque cada uno tenía una pregunta existencial y mística que hacerle.
Entonces el sultán mandó llamar al maestro al palacio.
-Dejemos que hagan sus preguntas– dijo el maestro confiado cuando le explicaron la razón de la visita de los monjes.
El primer monje se puso de pie y preguntó:
– ¿Dónde está el centro de la tierra?
– En este momento, ese punto está exactamente bajo la pata derecha de mi asno –respondió con seguridad-. Si no me crees, mide la tierra y lo comprobarás.
El primer monje se fue y el segundo preguntó con mala intención:
– ¿Cuántas estrellas hay en en cielo?
– Tantas como pelos tiene mi asno.
– ¿Cómo puedes probarlo?
– Si no me crees, cuéntalos con total libertad – respondió el sufí.
– ¿Cómo puedo contar todos los pelos del animal? – protestó el monje.
– Tan fácil como puedas contar las estrellas del cielo
El segundo monje dio un paso atrás, confundido, y el tercer monje se puso de pie:
– ¿Cuántos cabellos crees que tengo en la barba? – preguntó
– Tantos como tiene mi asno en la cola
– ¿Cómo puedes probarlo?
– Es fácil – contestó el maestro con firmeza -, simplemente arranquemos los pelos de tu barba y los de la cola de mi asno uno por uno y así sabremos el resultado.
Al tercer monje no le entusiasmó la idea y también se retiró, muy impresionado. Los tres estuvieron de acuerdo en que habían sido derrotados.
Maestro: existe una sola posibilidad de encontrar respuestas dignas, y es formulando preguntas inteligentes. A palabras necias, oídos sordos.
Fuente: Cuentos Sufis, la filosofía de lo simple
Foto portada: Jose Luis Canales
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