Con frecuencia no prestamos atención a nuestras emociones hasta que estas son tan intensas y tan molestas que, como un niño pequeño en plena pataleta, no nos queda más remedio que prestarles atención. Pero a lo largo del día puede haber muchos pequeños momentos que producen —o creemos que son esos momentos los que producen— pequeñas molestias emocionales, pequeñas irritaciones que nos pasan casi completamente desapercibidas.Normalmente creemos que son los acontecimientos, cosas que pasan, lo que dice otra persona… las que producen nuestras emociones. Sin embargo, tal y como ya expliqué en la entrada: “Nuestras emociones no son producidas por lo que pasa”( http://www.rincondeldo.com/nuestras-emociones-no-son-producidas-por-lo-que-pasa/), esto no es así. Es nuestra interpretación de lo ocurrido la que produce la emoción. Por eso, ante la misma situación, diferentes personas pueden tener reacciones emocionales distintas. Sin entrar en muchos detalles, (si no has leído ese artículo, te recomiendo ahora su lectura), por ejemplo, una muerte de un ser querido va a producir tristeza de una forma universal, pero si produce o no rabia dependerá de si la persona interpreta o no que esa muerte es injusta y que no debería haberse producido, peleándose con una realidad que aunque sea dolorosa, ya es y no puede ser cambiada. Así, la clave es, siempre, qué interpretación mental hacemos de lo que está ocurriendo… pero, con frecuencia, la persona no es consciente de la interpretación mental que tiene, ni de que la clave de su sufrimiento está en esa interpretación mental. Si ni siquiera nos damos cuenta de que nuestras emociones dependen de nuestra interpretación mental en los acontecimientos más grandes, más intensos, imaginemos en las pequeñas cosas. Pasan por las alcantarillas de la mente, sin que nos percatemos de qué está pasando ahí. Un objeto se nos cae, y nos agachamos a recogerlo con un pequeño gesto de irritación o molestia, apretando la mandíbula. Es una cosa pequeña, tan pequeña, que no nos damos cuenta de toda la cascada: el objeto se cae y décimas de segundo después el pensamiento, la creencia, “esto no debería haberse caído” —es una creencia tan enraizada (“no deberían ocurrir errores ni accidentes, aunque sean pequeños”) y aprendida de nuestros padres y cultura, que ni siquiera tienen que pasar las palabras por nuestra cabeza, se activa en décimas de segundo— luego la emoción consecuencia de esa creencia: molestia, pequeña irritación y, por último, dónde se siente en el cuerpo esa pequeña molestia: quizá en el pecho o en la mandíbula que se aprieta o con tensión en los hombros o el cuello. De esta forma multitud de pequeñas cadenas ‘pensamiento o creencia—emoción—cuerpo’ pasan completamente desapercibidas, acumulándose en el cuerpo una tensión, un lastre emocional, que la persona no nota hasta que alcanza un límite insoportable y produce una reacción conductual emocional: portazos, gritos, crisis de llanto, malas contestaciones, evitación de situaciones, crisis de pánico, estrés… o hasta que termina produciendo problemas emocionales más serios: ansiedad, depresión, o tensiones físicas diversas que se convierten en dolores físicos o en dolencias vinculadas con el estrés y las emociones: hipertensión, problemas digestivos, dolores de cabeza tensionales, tensiones en el cuello y los hombros… De esta forma, no teniendo consciencia de lo que ocurre en el espacio de la mente, la persona se deja llevar por las interpretaciones mentales de los acontecimientos, como una hoja al viento. No como una veleta, que aunque gira con el viento, se mantiene fija en su eje (símbolo de la Conciencia), sino como una hoja, que no tiene eje alguno y se deja arrastrar donde la más leve brisa la lleva. Así, en la mayoría de las personas el más mínimo acontecimiento provoca interpretaciones mentales y emociones sin que ni siquiera sean conscientes de que eso está ocurriendo, pasando el impacto de esos pensamientos y de esas emociones completamente desapercibido. Al no ser conscientes del impacto emocional que produce en el cuerpo la interpretación que realizamos de las situaciones, nos vemos arrastrados por lo que pasa, y no podemos mantener un centro firme y sólido en el vaivén constantemente cambiante de los acontecimientos.Nuestra conciencia es mínima porque nuestra atención es mínima. Tenemos la atención mínima suficiente para sobrevivir, pero no prestamos atención a qué ocurre en el espacio de nuestra mente ni de nuestro cuerpo, de esta forma, no nos damos cuenta de que nos hemos dejado arrastrar por una emoción como la rabia, hasta que alguien nos lo dice: “¿Qué te pasa que estás tan irritable?”, a lo que seguramente contestemos con malhumor: “¡Irritable yo! ??”; o hasta que el sonido del portazo que hemos dado nos ‘despierta’ y nos damos cuenta, con algo de vergüenza o de culpa, de que si estamos actuando con ira, quizá es porque estemos sintiendo ira. Al observar la mente nos damos cuenta de que estas cadenas pensamiento-emoción-cuerpo son siempre sobre algo del pasado: es un “esto no debería haber ocurrido”. Puede ser un pasado remoto, o un pasado inmediato de hace dos segundos, pero es pasado. Es algo aprendido, veíamos de pequeños y pequeñas el gesto de fastidio en los adultos cuando se les caía algo o se tropezaban… o nos regañaban cuando se nos caía algo a nosotros… así aprendimos de forma implícita que “las cosas no deberían caerse”, “la gente no debería tropezar”… Es una creencia establecida por medio del aprendizaje del gesto de los adultos en el mundo en el que crecimos. Y nunca lo hemos puesto en duda. Nunca lo hemos cuestionado. Se cae el vaso de agua y reaccionamos con fastidio. El vaso ya está caído y roto, todo lleno de cristales y líquido. Ya es, ya ha ocurrido, ya está en el pasado. Independientemente de nuestra creencia ‘las cosas no deberían caerse y romperse’, lo ha hecho. Nuestro fastidio no es sobre algo que está pasando ahora, si no sobre algo que ya está en el pasado y sobre el choque entre una creencia (las cosas no deberían caerse ni romperse) con la realidad (en la vida real, las cosas se caen y se rompen). La mente se proyecta al pasado (el vaso que se ha caído), lo etiqueta como ‘error’, y se proyecta al futuro de dentro de treinta segundos: recoger el agua y los cristales. “¡Mier…! ¡Qué fastidio! Ahora a recoger esos cristales, que se meten por todas partes, que son súper pequeños, que se mezclan con el agua. Que no lo pisen los niños, que el perro no pase por aquí que se corta”.
Del pasado al futuro sin tocar el Ahora. Y en el Ahora ¿qué hay?: el agua formando dibujos caprichosos y sinuosos en el suelo, la luz brillando en el agua y los cristales rotos, los colores del suelo y de la alfombra que cambian al mojarse… una escena que, en sí misma, es preciosa, llena de vida y de creatividad, y que un fotógrafo y un pintor querrían reflejar, y una niña de dos años disfruta llena de alegría y entusiasmo. Porque es a menudo sólo a través del arte, o de los niños, donde encontramos la belleza de las cosas más pequeñas y sencillas que se despliegan en el Ahora. Pero si permanecemos en el Ahora, sin escapar al pasado, sin juzgar, y sin futuro, podemos ver la imagen de lo que ocurre como algo maravilloso y extraordinario. ¿No son increíbles los dibujos de los cristales y del agua en el suelo? Podemos seguir teniendo cuidado de que nadie se corte, podemos recogerlo de igual forma. Pero ahora lo haremos con júbilo, por lo menos con calma, sin ningún rastro de fastidio ni de molestia.
Fuente: http://espacioconcienciaplena.blogspot.com/
Foto: Agnali
19 enero, 2020
Gracias por este texto. Muy buena reflexión sobre la conveniencia de vivir «aquí y ahora». Llevándolo a nuestro ámbito marcial es algo imprescindible también. Podemos llevar esa forma de atención desde la vida cotidiana hasta el dojo, o al revés, de lo aprendido al entrenar con la «mente aquí y ahora» llevarlo a lo cotidiano. En definitiva no debería haber diferencia en nuestra atención hacia el momento presente, tanto en el dojo como en la realidad cotidiana fuera de él.