El Karatedo, como toda actividad que precisa de la enseñanza y aprendizaje para lograr el dominio esperado, incluso de manera implícita, se rige por los postulados pedagógicos de la teoría curricular. En ese caso se observan fundamentalmente el curriculum formal (aquel reflejado en los documentos que guían el proceso), y el real (aquel que el estudiante vivencia).
Igualmente, aunque en menor medida, se observan tanto el curriculum oculto (intenciones educativas no declaradas pero aplicadas), y el nulo (aspectos que deberían ser tratados, pero se obvian).
En diversas publicaciones anteriores me he referido tanto al curriculum formal como al real, es por ello que, en esta oportunidad, centro el interés en el curriculum oculto y el nulo. El motivo de ello es que, en ambos, habitualmente se observan una serie de procederes pedagógicos que no siempre se aplican, o no se aplican de la mejor manera, entorpeciendo y limitando el impacto que ejercen dentro del proceso en el alumno. En este caso el tema a tratar es la transculturación japonesa que se observa implícitamente en la enseñanza del karatedo, independientemente que el practicante se vincule con los eventos competitivos o no.
Esa transculturación se expresa mediante la inclusión de diversos aspectos de la cultura japonesa, ya sea que estén directamente relacionados con el karatedo o no, hacia los cuales muchos maestros occidentales se inclinan, y, consecuentemente, aunque sea de manera inconsciente e involuntaria, lo trasmiten a sus alumnos, y estos a los suyos, y así sucesivamente.
Es por ello que, entre otros aspectos, es muy común ver en los karatekas occidentales que incluyan algún texto en kanji en su chaqueta (gi) o cinturón (obi), que adquieran una Katana, Nunchaku, Bo, Shuriken u otra arma tradicional (que ocasionalmente nunca llegan a usar), o que muestren en su casa un paisaje del Monte Fujiyama, del sol naciente o de un bonzai, por solo mencionar algunos ejemplos.
En la misma manera, muchas veces dentro de las clases de karatedo occidentales se promulgan los códigos educativos y éticos que incluyen los valores morales y comportamiento de los Samurai o los Ninjas, como máxima expresión del guerrero ideal. Esa situación no esta mal, nada mal, por cuanto esos aspectos, aunque indirectamente, por efecto complementario contribuyen a potenciar la formación integral de los practicantes, por concepto de comprometerlos más con la actividad, y consecuentemente aumentando los beneficios que la misma les proporciona.
De esa situación, lo que no está bien, es la forma en que se trasmite. En ese sentido, en primer lugar, si son aspectos que propician una mejor preparación integral a los alumnos, no deberían pertenecer al curriculum oculto ni al nulo, sino incluirse en el curriculum formal (habitualmente denominado programa de examen), no solo mencionando los aspectos a enseñar, sino adjuntando igualmente la metodología para su enseñanza y evaluación, para que así se aplique adecuadamente en el curriculum real.
En segundo lugar, ya que se trata el tema de la cultura japonesa dentro del proceso de preparación (aprendizaje, entrenamiento y educación) de los karatekas occidentales; igualmente deberían incluirse otros aspectos, igualmente muy beneficiosos, pero que en la practica (quizás debido a las particularidades de la cultura occidental), en la práctica occidental se realizan de manera opuesta.
Algunos ejemplos de ello son: El aprendizaje que no da cabida a modificaciones independientemente del nivel alcanzado por el practicante; lo cual no solo se contradice con los postulados pedagógicos modernos de la individualización y el carácter activo y constructivista de la enseñanza entre otros; sino también con el milenario postulado japonés que determina que la enseñanza transita por los niveles de aprender repitiendo (Shu), luego de cuestionarse dudando (Ha), y finalmente separarse y crear algo nuevo (Ri).
En ese caso, además que no inducir a los alumnos a que lleguen al Ri, aquellos que llegan a ese nivel son mayormente mal vistos por la comunidad marcial, por rebelarse contra lo establecido. Ese proceder también desestima el postulado filosófico que ubica a las contradicciones como la base de desarrollo, debido a las expectativas que genera, que inciden a buscar mejores soluciones a las situaciones que se presentan.
Otro aspecto que muy comúnmente se constata es el “adueñamiento” de los alumnos por parte de sus maestros que, quizás por miedo a perderlos, les impiden visitar otros dojos. Contrariamente a ello, vale la pena recordar el Musha Shugyo, cual peregrinación realizada por los samurai para completar su formación, que incluía, entre otros aspectos, las visitas a otras escuelas, incluso de otros estilos (ryu) para aprender el manejo de nuevas técnicas, armas y procederes de combate; que al final utilizarían para proteger mejor a su señor. Finalmente, pero no por ello menos importante, se constata que cada maestro, incluso perteneciente a la misma institución (asociación, federación, liga, etc.), acostumbra a realizar entrenamiento diferente a sus alumnos en relación con sus colegas, en lugar de conciliar entre ellos (e incluso con otros de otras instituciones y estilos); lo cual sería más beneficioso para todos.
Esa alternativa de trabajo aislado, además de traer como consecuencia que cada uno de los maestros tenga que trabajar más para lograr menos beneficios, se contrapone con el milenario Budo Kenkyuyo, que constituía el centro de estudio y experimentación para el mejoramiento de las artes marciales, donde los maestros de antaño se reunían para analizar la situación del karatedo, y establecer en conjunto la mejor manera de enseñarlo y divulgarlo.
Luego entonces, si los karatekas occidentales tenemos a nuestra disposición el gran bagaje cultural japonés, que complementa y potencia nuestra preparación, y habitualmente utilizamos algunos de ellos; valdría la pena analizar el uso de otros que igualmente nos beneficiarían mucho más, y que habitualmente, en lugar de aplicarse, se obvian.
Ello no significa en lo absoluto que nos despojemos de nuestra propia identidad y perdamos nuestra esencia para adquirir una nueva y diferente, porque igualmente entre ambas cultural existen aspectos incompatibles (como la dosificación y ordenamiento de los contenidos de la enseñanza, y la relación y dinámicas que se establecen entre el maestro y el alumno entre otros aspectos), sino tener en cuenta dentro del proceso de preparación de los alumnos todos aquellos aspectos que de un modo u otro los favorecen, y que no solo pertenecen al mismo contexto geohistórico en el cual surgió y se desarrolló la especialidad que les enseñamos, sino que han demostrado su significativo aporte a la misma.
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