En muchos de los círculos de estudio del hombre, no necesariamente esotéricos, se dice que ante todo este es un ser espiritual, pero para acceder a ese estado debe pasar por ciertos eslabones de la cadena evolutiva, no solo física si no de la conciencia. Este hombre se desarrolla vida tras vida intentando comprenderse y comprender lo que le rodea, ampliando el conocimiento de sí mismo a través de su experiencia desde un estado primitivo a otros que se suceden donde este ser se va humanizando. Vamos a clasificar estos estados en tres para poder situarnos y hacer una mirada interior situándolos y entendiendo donde estamos ahora con nuestro hacer diario para ir acercándonos a la comprensión de las eternas preguntas ¿quien soy, de donde vengo y adonde voy?
El hombre a través del deseo, va evolucionando en esa larga escalera que es su comprensión, siendo el primero de esos estados la animalidad. En nuestros días aún quedan muchos de estos seres, cuya pretensión no va mas allá de cubrir sus necesidades personales, aunque sea pisoteando y dañando a sus semejantes, siendo corriente que la mayoría acabe entre rejas por sus delitos y su inadaptabilidad a la sociedad en la que vivimos.
Su forma de pensar es primitiva y egoísta; esto quiero, esto cojo y para conseguirlo es capaz de cualquier cosa, como matar a sus semejantes, compañeros o familiares y, ejemplos de ello encontramos a diario en los medios de comunicación. Los que matan a su mujer o marido, abandonan los hijos a su suerte o ponen explosivos en lugares públicos en defensa de causas particulares como la religión o la política.
Un segundo estado es el del hombre racional, siendo en la actualidad el que más abunda. Su vida esta basada en el deseo de las cosas materiales. Mide su valía por lo que tiene o puede conseguir con su trabajo y esfuerzo, rodeándose de cosas innecesarias que la sociedad en la que vive le va empujando a desear. Desea siempre un coche mejor, un televisor último modelo, un chalet en la playa, comparando lo que tiene con lo que tienen los demás, basando su felicidad en posesiones materiales de carácter perecedero que nada tienen que ver con el “si mismo”. Cuanto más tiene más feliz parece, pero una vez alcanzado el objeto de deseo, se cansa de él para después cambiar de objetivo y vuelta a empezar de nuevo. Por su puesto vive en un engaño y eso le convierte poco a poco en un ser aburrido y monótono, que pierde un precioso tiempo de su vida en intentar acumular cosas, teniendo como máximos intereses un buen trabajo, una pareja estable, hijos que el día de mañana sean hombres de provecho, las siempre reiteradas vacaciones de verano, navidad y semana santa y así un año tras otro. Llegan a vivir con tal intensidad esta calumnia que se sobrecogen en ella, escondiéndose en el trabajo u otras actividades de labor, argumentando que no tienen tiempo ni para el ocio ni para el amor, huyendo de ellos mismos para no encontrarse con lo que realmente son.
Que gran error, por que pasado el tiempo, después de tener y acumular cosas, empiezan a sentir lo que muchas veces llamamos depresión, que no es otra cosa que ese vacío interior que no somos capaces de llenar con nada, por que nuestra vida la hemos pasado acumulando cosas ajenas a lo que pueda completarnos. Se encuentran solos e incomprendidos en ese estado que no es otro que el reflejo de lo que se ha vivido.
Este es el momento donde vuelven a aparecer señales que posiblemente siempre han estado muy cerca de nosotros para señalarnos que nos falta algo. Unas veces por enfermedad, causadas por nuestro apego a las personas y a las cosas, otras nuestras emociones que nos ha llevado como una montaña rusa para arriba y para abajo hacen mella en el físico o en la mente. Se comienzan a despertarse otras inquietudes, que la mal denominada coincidencia o casualidad de una conversación con alguien, de un libro que cae en nuestras manos o cualquier cosa que nos hace removernos, pensar sobre lo que estamos haciendo con nuestra vida, ansiando dejar de formar parte del rebaño de ovejas que forma la sociedad.
Una tercera división seria aquel estado al que pretendemos llegar algún día cada uno de nosotros, el hombre humanizado. A pesar de parecer contradictorio, es el ser que menos abunda en nuestros días en el planeta. Es aquel que habiendo pasado por las duras pruebas anteriores se da cuenta de la importancia de sus actos hacia los demás y hacia sí, manteniéndose en un estado de acecho continuo por que sabe que su peor enemigo no es otro que el mismo, sabe que no tiene tiempo por que la muerte la tiene como premisa de su vida, sabe que lo único cierto en su vida es que se va a morir y bajo esa circunstancia todo lo que hace es como si fuese lo último que hiciera aquí y ahora. Absorbe cada momento con todo su ser, amando y respetando lo que le rodea sin enjuiciar a nada ni a nadie y sin dejar que los juicios de los demás le afecten. Hablamos de un conocedor de su puesto en el universo, de su saber que es único por que este mismo universo no repite nada, ni dos gotas de agua ni dos hojas de un árbol, ni por supuesto dos seres humanos. Es consciente de sus herramientas de trabajo, su físico, su razón y su mente y las usa en consecuencia. Ser social pero nada tiene que ver con el rebaño que actúa como un guerrero de la vida siendo astuto como serpiente y manso como cordero.
Respeta su planeta como un ser vivo que es, ayudando a sus semejantes sin interferir en sus decisiones y dejando que su libre albedrío lo guíe, cuidando plantas, animales y todo lo que hay a su alrededor, sin dañar nada, cogiendo lo necesario y dando lo que puede dar, comprendiendo que es tan solo una unidad en esta entramada red de telaraña que es la existencia, enseñando y aprendiendo continuamente de su hacer diario y de sus semejantes y entendiendo una frase que para mi encierra todo el significado de lo expuesto: “ ama a tu prójimo como a ti mismo”. Como a ti mismo, sin llevarnos a error, ni más ni menos. Si entendemos esto conseguiremos comprender un poco más este camino arduo y tedioso que es la escuela de la vida.
Un saludo
Autor del libro EL DESPERTAR DE LA CONCIENCIA.
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