UN PASEO BREVE POR LA HISTORIA DEL TEGUMI.
Cuarta parte. El TEGUMI clásico redime del yugo de peregrinas impresiones.
Obrar como quien se es y no como uno se sienta obligado, exime de la sujeción a la vulgar hipocresía. No hay más dicha ni desdicha que la sinceridad e insinceridad.
Se que voy contra mis intereses confesar que estamos instalados en la visión chata y papanatista del karate “tradicional” contemporáneo, pero me costaría tener doble cara. La realidad del problema al que me refiero, no es el embauque que campee a sus anchas. Lo que es plaga, es la credulidad propia de cada uno. Dicho sea de paso, conseguir exorcizar el engaño es muy difícil, dar mate a la credulidad imposible (los maestros me entenderán).
Pero esto no óbice para que un servidor trate de arrojar luz sobre el karate original. Este karate, posee su mito de invencibilidad de la época dorada del TEGUMI, y en ese contexto, más que nunca, el imaginario popular, reconoce a una escala sin precedentes, la competencia luctatoria de los gigantes del combate y las hazañas sin parangón de maestros creíbles, de los que se contaban cosas increíbles fundamentadas en el mensaje cierto que hemos descubierto.
El TEGUMI clásico, que es el propósito que nos ha traído aquí, es el que otorga verdadero sentido a los kata que hemos heredado. Y sin él, no tenemos nada más que el desazonado esqueleto sin vida del karate “tradicional”, que ya sabe a tosco.
El TEGUMI atendía a una dualidad terminológica:
Fue denominado “TEGUMI” en la zona de Naha.
Fue llamado “MOTOU” en la zona de Shuri y Tomari.
Parece claro, sin embargo que, a pesar de la sinonimia, ambos términos ofrecían algún criterio diferencial, que arriesgándome a simplificar en exceso, podría entenderse como sigue:
MOTOU con un énfasis en atacar la línea central, por su influencia con el boxeo chino de la mente y de la forma, “XINGYI-KUAN”, el cual es su estilo antecesor.
TEGUMI, ponderando además el ataque por los flancos por su influencia con los estilos chinos de la rama grulla blanca “BAI-HOK”.
Si así se quiere, parece ser cosa admitida, hacer abstracción de esta dualidad y atender al TEGUMI como representante de ambas especialidades, donde parece ser la más completa y brillante opción, cornucopia marcial de infinitas posibilidades, tan original como mortífero, este nos pone en contacto con los misterios y sentido profundo del kata.
De hecho, en el TEGUMI aparecen todos los movimientos de los kata, de una manera natural. Cada movimiento de un kata ha sido creado en beneficio de un concepto que soluciona una o varias situaciones-problema de combate. Por eso, puede afirmarse sin temor a equivocarse que, el kata sin TEGUMI es vacío, y el TEGUMI sin kata ciego. Más aún, sin el TEGUMI, los kata se transforman en algo superficial y peregrino que carece de sentido y de interés práctico.
Más allá de lo anterior, esta práctica se articula en torno a las siguientes áreas que el karate moderno ha desatendido como el que desprecia el fruto en favor de la cáscara:
Kiko-geiko: Ejercicios energéticos para el control del Ki.
Kata: Que instruye en los movimientos que son la finalizaciones en Tegumi.
Renzoku-geiko: Fluidos continuos del kata.
Iri-kumi: Conexión a manos pegajosas desde la distancia (no el iri-kumi de Goju-ryu en 1.930 el cual no deja de ser jiyu-kumite).
Kakie: Seguimento envolvente.
Tui-te: Seguir y devolver con técnicas de control tipo luxación o derribo.
Y…ATENCIÓN al dato…
Ajikata-un-mekata: Conocido como la danza de los señores, al objeto de evitar ocasionalmente el cuerpo a cuerpo con rápidos movimientos desde la distancia “ma-ai”. Estamos ante el hito que será la antesala (junto a la influencia del pugilismo occidental) de lo que más adelante se conocerá como KUMITE, y será también motivo de divorcio entre combate y kata. Pero eso es otro cantar que vendrá más tarde.
Parece obligado ahora añadir que, el carácter identitario y congénito del TEGUMI, es el discreto encanto de conectarse con el oponente entrando desde la distancia de esgrima (MA-AI) al señorío de la distancia próxima (TE-NO-TE). Una vez consumada la conexión, se mantiene un pegado-adherido (MUCHIMI) lo que impide ser golpeado por el oponente, pero a su vez, permite seguir las líneas de fuerza favorables a los movimientos del adversario, que armonicen, como dos cursos de agua(WA), sin chocar. Durante el seguimiento del oponente, se cede a su fuerza, se neutraliza en el ángulo más dúctil, y por último, la eficacia resolutiva sobreviene en alas del “reconocimiento posicional”, que nos permite positivar la trayectoria iniciada desde un principio por el oponente.
“Reconocer” es una operación de segundo orden que nos remite a un previo conocer. Ese conocer pone de relieve los esquemas del kata previamente estudiados.
Tiene su gracia y no me pidan que lo explique, pero todos jugamos el juego secreto de eludir lo desconocido como el diablo elude el agua bendita, y por eso tratamos siempre de endosar nuevos conocimientos al pequeño mundo de las viejas estructuras encofradas en nuestra mollera, aunque estas nada tengan que ver entre sí. Baste advertir que, es pura estulticia creer que el secreto perdido que tratamos de explicar (el TEGUMI) tenga algo que ver con el «trampantojo» (trampa para el ojo) del BUNKAI, del que se ha hecho pasto, en condiciones de estrechez, tras la pérdida del karate original. Sobre este (el BUNKAI), han corrido ríos de tinta de artificiosas intenciones y de él todavía me sorprendo, cada vez que pienso en ello, al estilo de «mandíbulas colgando» por la inaudita falta de sentido común del mismo. Cierto es que existen BUNKAIS mejores y peores, y que no hay cosa que no tenga algo bueno, pero confundir la idea conceptual que propone el TEGUMI, con la impostura del BUNKAI, sería confundir el hambre con las ganas de comer. Lo digo porque mientras en el BUNKAI impera la voluntad propia de ceñirse a la nadería de un patrón estricto y corto de miras, en el TEGUMI, el cuerpo hace las veces de un servo-mecanismo autorregulable, en alas de la búsqueda del camino más fácil y natural para resolver cada problema con final abierto. Esta cualidad de modificar la intención sobre la marcha o sumarla a otra intención se denomina “oportunidad secuencial”, lo cual quiere decir que, toda acción propia, conlleva una reacción en el oponente que hace que cuando se cierre una puerta se abra una ventana. Porque siempre hay un arma natural, en perfecta economía de movimiento, esperando por un objetivo que se abre.
De lo dicho se desprende que, nunca debe ser munición de cordura provechosa, la voluntad de llevar riendas hacia algo que no se corresponda con las exigencias prácticas del momento lo que nos mueva (como en el BUNKAI), extremo este en el que perdería la libertad del cambio inesperado y espontáneo. Porque todos los actos de voluntad son, en realidad, actos limitantes. Cuando alguien escoge algo, excluye todo lo demás. Igual que cuando alguien contrae matrimonio con una mujer, renuncia a todas las demás mujeres.
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