«Tu estas bien porque no le hemos puesto nombre a lo tuyo».
Con esto quiero señalar que, en cuanto se le ponga un término a algo, nace una pequeña verdad. Porque, cierto es que las palabras deciden señalar un perspectiva de las cosas.
Pero quien no se aferra a nada, lo posee todo; Porque la verdadera VERDAD, o sea, la realidad o el SER de cada asunto, tiene infinitas aristas y cuantos más puntos de vista se tengan de una cosa, más definida queda y más enriquece. Y es que, la infinitud de puntos de vista que tiene la realidad se va formando a través de pequeñas verdades que van claudicando.
Sentado lo anterior, se deduce que las fronteras de nuestras vivencias radican en los límites de nuestro lenguaje. Y por eso digo que todo está en nuestro lenguaje. Tanto lo que es más verdad como lo que es menos o aspira a serlo.
De hecho, la VERDAD de la vida, está formada por SUSTANTIVOS y VERBOS que no dejan de ser una ingenua descripción de los hechos, de cosas y acciones. Mientras que ¡cuidado con los calificativos que no hacen más que enjuiciar! Y es que, las post-verdades, que están a la altura del chismorreo, no son mas que ADJETIVOS que se fijan, por cierto, como una ideología que defiende una postura en detrimento de la contraria. Es decir, que no existe una opinión y no se decanta uno por ella, sino es en base a su contraria. En definitiva, que no existe un esto «es bueno» sino en relación «a malo».
Ahora bien, cuando uno empieza a querer la vida, aunque se prefieren personas flexibles y candorosas en detrimento de las personas con fijeza ideológica, realmente se agradece la presencia actual o pretérita de todas las personas del historial de uno mismo. Y, no importa que los momentos hayan sido felices o menos felices. Se suprime la polaridad de acciones o comentarios, que dejan de ser buen@s o mal@s. Porque pasan a ser meras experiencias.
Concluyendo, que cuando uno empieza a quererse, sobran juicios, creencias, certezas, cielos utópicos y conciencias llenas de importancias que son todas vanidades. Y, más bien…uno prefiere la sencillez de ser pequeño, acercarse a la tierra y pisar el barro; sentirse poco importante y escuchar el silencio de la conciencia.
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