Nos encontramos inmersos en una realidad social en la que somos presa de multitud de estímulos que roban nuestra atención, dirigiéndonos hacia modelos de comportamiento y pensamiento condicionados y que pocas veces nos benefician, convirtiéndonos en seres manipulables y carentes de autonomía cuyos intereses de desarrollo personal parecen quedar supeditados a la forma de proceder establecida (materialista y cumsumista entre otras)
En el ambiente marcial, no son pocas las voces que se alzan en contra de la competición (el primero de ellos convendría recordar que fue el propio Funakoshi) esgrimiendo cantidad de argumentos, todos ellos razonables y evidentes; que ponen de manifiesto las debilidades e inconvenientes de esta faceta. Entre otros:
- Excesiva especialización en unas técnicas en detrimento de otras.
- Focalización de los practicantes en una horquilla de edad cada vez mas estrecha.
- Ensalzamiento del Ego como fórmula de progreso.
- Disminución o desaparición de los valores marciales.
Por su parte, la vertiente más extendida; pone el acento en las virtudes del sistema, minimizando los inconvenientes y exaltando los beneficios que ha aportado en cuanto a divulgación se refiere.
Como suele suceder, las opiniones se polarizan, y acaban por competir y rivalizar en una encarnizada lucha por tener la razón.De poco sirven los ejemplos profundamente arraigados en la mentalidad oriental y que fueron origen de las artes marciales que hoy practicamos. ¿Dónde quedó el concepto de Tao y la necesaria interdependencia entre el Yin y el Yang, en la que los opuestos se complementan?
Qué lectura y provecho sacamos del entrenamiento de aquellos kata, que tienen un nombre tan metafórico como Meikyo (espejo claro); en el que supuestamente se nos induce a tener una mente clara y pulida tras la práctica regular y libre de interpretaciones y prejuicios que empañan nuestro discernimiento. ¿Acaso nos hemos vuelto tan soberbios y engreídos que no nos damos cuenta que todos podemos tener razón? ¿Será quizás que una mala interpretación de la deportividad y competitividad, nos ha llevado a creer que lo importante es ganar al otro?
Quizás asociemos de forma inconsciente que ganar al otro significa ser más que el otro, lo que lleva implícito el mensaje de que si pierdo soy menos que el otro. No es por tanto difícil entender porque nos aferramos tan insistentemente a nuestra verdad, en el infructuoso intento de demostrar que nuestra posición es la correcta, y que por tanto la del otro es necesariamente la incorrecta.
Opino que la competición y la competitividad no son malos en si mismos, sino que como todas las cosas, es una cuestión interna y personal, en definitiva es una cuestión de fondo y no de forma.
Quienes compiten centran su atención en las virtudes, menospreciando los inconvenientes y resaltando los de los rivales, haciéndoles perder por definición todo atisbo de objetividad, que les sería de gran utilidad para reconocer aquellos errores que les permitirían reconducir su rumbo en el probable caso de desviarse de la dirección correcta. Y sucede que, una vez desviados y sin saber que lo hemos hecho, resulta difícil encontrar la dirección. Como decía un maestro de Kyudo:
Una diferencia de unos milímetros en la salida de la flecha representa unos metros en la llegada de la misma
Para mayor inconveniente, el orgullo nos impide reconocer nuestra falta, mas aún si es nuestro adversario quien nos la hace visible, o peor aun, nos la recrimina.
Parece por tanto, que nos hemos alejado tanto de nosotros mismos que nos hemos olvidado de la verdadera naturaleza del progreso, que no es otro que el de la autosuperación, y que se distingue claramente de la comparación y competición con el otro; Un progreso que se alimenta de la lucha contra nosotros mismos, contra aquellos aspectos de nuestro ego que nos impiden ver con claridad y alcanzar ese ansiado estado de serenidad en el que ya no parece haber distancia entre lo que anhelamos y lo que somos.
Fuente: goshinkai.es
Foto portada: manuel | MC
3 junio, 2015
Estoy totalmente de acuerdo con el artículo, pués parece ser que se está perdiendo los verdaderos valores de las artes marciales, y más cuando por ejemplo el karate pase a formar parte de los juegos olímpicos. En ese momento el karate casi estoy seguro que pasará a ser un deporte y no un arte como tiene que ser.
10 junio, 2015
Antes de nada, me gustaría comenzar diciendo que con lo que escribo a continuación no pretendo, como bien ha advertido José Luis, convencer a nadie da nada; sólo expresar mi opinión, que en este caso corresponde con mis vivencias…
Hace unos días, hablando con una amiga, y para explicarle lo que suponía el karate para mí, le dije: «Gracias al karate he conseguido acabar la carrera. Eso le debo… Cada vez que venía a entrenar, cada vez que veía cómo cada gota de esfuerzo derramado en el tatami me hacía ser mejor, me hacía crecer, encontraba las fuerzas que me faltaban para enfrentarme a todas las frustraciones, a todos los “no vales” y a todos los sinsentidos que me encontraba en la carrera… Así que eso es para mí el karate: justicia y fe; la justicia de ver recompensado mi esfuerzo y la fe que mana de saberme capaz de conseguir lo que me proponga.» Esta respuesta debió pillarla a pie cambiado, porque se quedó en silencio durante un rato. Supongo que se esperaba algo menos profundo, más trivial. En cualquier caso, y para romper el silencio, terminé diciendo ya en un tono menos grave: «Pero eso es algo que todo arte marcial puede proporcionarte, no sólo el karate.»
Supongo que todo practicante de artes marciales, si persevera en el camino, acaba dándose cuenta de que siempre está en “guerra”, siempre está combatiendo; pero no en un combate menor, contra otra persona, sino en un combate mayor, contra sí mismo, contra su ego, contra sus flaquezas… Este último combate, a mi modo de ver el único que importa, no nos otorgará medallas, ni grados, pero, de la misma forma, resulta inevitable para aquellos que no nos conformamos con ser menos pudiendo ser más…
Que cada uno elija su combate.