El pintor del barco
Se le pidió a un hombre que pintara un bote. Trajo su pintura y brochas y comenzó a pintar el barco de un rojo brillante, como le pidió el dueño. Imagen de Andrey Cojocaru en Pixabay Mientras pintaba, notó un pequeño agujero en el casco, y lo reparó tranquilamente. Cuando terminó de pintar, recibió su dinero y se fue. Al día siguiente, el dueño del barco acudió al pintor y le presentó un cheque, mucho más alto que el pago por la pintura. El pintor se sorprendió y dijo: -«Ya me ha pagado por pintar el barco, señor!» -Pero esto no es por el trabajo de pintura. Es por reparar el agujero en el barco. – Ah!… Pero fue un servicio tan pequeño… ciertamente no vale la pena pagarme una cantidad tan alta por algo tan insignificante. – Mi querido amigo, no lo entiendes. – Déjame decirte lo que pasó: «Cuando te pedí que pintaras el barco, olvidé mencionar el agujero.» Cuando el barco se secó, mis hijos tomaron el barco y se fueron a pescar. «No sabían que había un agujero». Yo no estaba en casa en ese momento. Cuando regresé y noté que habían tomado el barco, estaba desesperado porque recordé que el barco tenía un agujero. Imagina mi alivio y alegría cuando los vi regresar de la pesca. Entonces, examiné el bote y descubrí que habías reparado el agujero! – » Ves, ahora, lo que hiciste? Salvaste la vida de mis hijos! No tengo suficiente dinero para pagar tu «pequeña» buena acción». Así que no importa quién, cuándo o cómo, tu continúa ayudando, sosteniendo, limpiando lágrimas, escuchando atentamente, y reparando cuidadosamente todas las «fugas» que encuentres. Nunca se sabe cuando necesitan de nosotros, o cuando la vida tiene una oportunidad para que seamos útiles e importantes para alguien. A lo largo del camino, es posible que hayas reparado numerosos “agujeros de barco” sin darte cuenta de cuántas vidas has...
Dinero
«Lo escuché una vez:Dos hombres caminaban por una calle del concurrido centro de negocios de una ciudad. De repente uno exclamó: ‘¿Escuchas el bello sonido del grillo?’. El otro hombre no podía oírlo. Imagen de (El Caminante) en Pixabay Le pregunta a su compañero: ‘¿Cómo es posible que oigas a un grillo en medio de semejante tumulto de gente y tráfico?’. El primer hombre se había entrenado para escuchar las voces de la naturaleza, pero en lugar de explicar esto cogió una moneda de su bolsillo y la dejó caer en medio de la calle. De repente, ¡al menos una docena de personas se volvieron a mirarles! ‘Oimos’ dijo, ‘lo que queremos escuchar’. Hay personas que sólo pueden escuchar el sonido de una moneda cayendo al suelo; ésta es su única música. ¡Pobre gente! Piensan que son ricos, y no son más que gente pobre, cuya música consiste solamente en el sonido de una moneda al caer al suelo. Gente muy pobre…muertos de hambre. No saben en qué consiste la vida. No conocen la infinidad de posibilidades, desconocen la infinidad de melodías que te rodean, la riqueza multidimensional. Oyes solamente lo que quieres escuchar»....
Decía un psicoanalista:
«Tu estas bien porque no le hemos puesto nombre a lo tuyo». Con esto quiero señalar que, en cuanto se le ponga un término a algo, nace una pequeña verdad. Porque, cierto es que las palabras deciden señalar un perspectiva de las cosas. Pero quien no se aferra a nada, lo posee todo; Porque la verdadera VERDAD, o sea, la realidad o el SER de cada asunto, tiene infinitas aristas y cuantos más puntos de vista se tengan de una cosa, más definida queda y más enriquece. Y es que, la infinitud de puntos de vista que tiene la realidad se va formando a través de pequeñas verdades que van claudicando. Sentado lo anterior, se deduce que las fronteras de nuestras vivencias radican en los límites de nuestro lenguaje. Y por eso digo que todo está en nuestro lenguaje. Tanto lo que es más verdad como lo que es menos o aspira a serlo. De hecho, la VERDAD de la vida, está formada por SUSTANTIVOS y VERBOS que no dejan de ser una ingenua descripción de los hechos, de cosas y acciones. Mientras que ¡cuidado con los calificativos que no hacen más que enjuiciar! Y es que, las post-verdades, que están a la altura del chismorreo, no son mas que ADJETIVOS que se fijan, por cierto, como una ideología que defiende una postura en detrimento de la contraria. Es decir, que no existe una opinión y no se decanta uno por ella, sino es en base a su contraria. En definitiva, que no existe un esto «es bueno» sino en relación «a malo». Ahora bien, cuando uno empieza a querer la vida, aunque se prefieren personas flexibles y candorosas en detrimento de las personas con fijeza ideológica, realmente se agradece la presencia actual o pretérita de todas las personas del historial de uno mismo. Y, no importa que los momentos hayan sido felices o menos felices. Se suprime la polaridad de acciones o comentarios, que dejan de ser buen@s o mal@s. Porque pasan a ser meras experiencias. Concluyendo, que cuando uno empieza a quererse, sobran juicios, creencias, certezas, cielos utópicos y conciencias llenas de importancias que son todas vanidades. Y, más bien…uno prefiere la sencillez de ser pequeño, acercarse a la tierra y pisar el barro; sentirse poco importante y escuchar el silencio de la...
La historia del taxista ultrajado
David J. Pollay, un periodista estadounidense experto en Psicología Positiva, cuenta que un día andaba con mucha prisa y el tren que normalmente tomaba tenía un retraso de media hora, así que no se lo pensó dos veces y tomó un taxi. Imagen de Petra Šolajová en Pixabay Cuando el taxi intentó abandonar el carril preferencial, otro coche salió de la nada y el taxista tuvo que frenar con fuerza. Después de algunos segundos, que a David le parecieron eternos, el taxi finalmente se detuvo y, por pocos centímetros, no ocurrió un accidente. Sin embargo, el asunto no terminó ahí. El conductor del coche, aunque no tenía razón, se bajó del vehículo dispuesto a discutir con el taxista. David no daba crédito a lo que sucedía: en vez de disculparse, el conductor le echaba la culpa al taxista y adoptaba una actitud agresiva. Aquello amenazaba con convertirse en una pelea en toda regla y no podría llegar a tiempo a su reunión. No obstante, el taxista cambió el rumbo de los acontecimientos. En vez de enfadarse, le sonrió al conductor iracundo, lo saludó y retomó la marcha, haciendo oídos sordos a sus palabras amenazantes. David estaba asombrado, se preguntó cómo aquel hombre había sido capaz de actuar con tanta ecuanimidad. Entonces el taxista le dio una lección que le serviría de inspiración para escribir su libro y postular la Ley del Camión de la Basura. El taxista le explicó que hay muchas personas que son como un camión de la basura porque van por el mundo llenos de “residuos emocionales” (entiéndase rabia, frustración, insatisfacción, pesimismo). Y mientras más basura acumulan, más necesidad sienten de encontrar un sitio donde descargarla pues no pueden soportar el peso de esas emociones. Por tanto, si se lo permitimos, descargarán esa basura encima de nosotros y nos arruinarán por completo el día. ¿Qué hacer cuando alguien intenta amargarte el día? Esta historia nos sugiere que cuando una persona intenta atacarnos o amargarnos el día sin ninguna razón aparente, es porque acarrea consigo un pesado fardo emocional del cual intenta deshacerse. La buena noticia es que podemos decidir si hacernos cargo de esas emociones negativas o pasar de ellas y seguir nuestro camino. De hecho, es probable que ahora mismo estés recordando a algunas personas que se comportan como auténticos “camiones de basura”. En realidad, ese es el primer paso para evitar que te arruinen el día: saber exactamente quiénes son. Una vez que has detectado a estas personas, podrás mantenerte atento a sus comportamientos y actitudes e impedir que descarguen sobre ti todos sus problemas e insatisfacciones. Ya sabemos que guerra avisada no mata...
El coleccionista de insultos
Cerca de Tokio vivía un gran samurái que se dedicaba a enseñar el budismo a los jóvenes. Aunque tenía una edad avanzada, corría la leyenda de que era capaz de vencer a cualquier adversario. Imagen de WikiImages en Pixabay Un día, un guerrero conocido por su falta de escrúpulos pasó por la casa del anciano samurái. Era famoso por provocar a sus adversarios y, cuando estos perdían la paciencia y cometían un error, contraatacaba. El joven guerrero jamás había perdido una batalla. Conocía la reputación del viejo samurai, por lo que quería derrotarlo y aumentar aún más su fama. Los discípulos del maestro se opusieron pero el anciano aceptó el desafío. Todos se encaminaron a la plaza de la ciudad, donde el joven guerrero empezó a provocar al viejo samurái: Le insultó y escupió en la cara. Durante varias horas hizo todo lo posible para que el samurái perdiera la compostura, pero el viejo permaneció impasible. Al final de la tarde, ya exhausto y humillado, el joven guerrero se retiró. Decepcionados por el hecho de que su maestro aceptara tantos insultos y provocaciones sin responder, sus discípulos le preguntaron: – ¿Cómo ha podido soportar tanta indignidad? ¿Por qué no usó su espada, aunque pudiera perder en vez de mostrarse como un cobarde ante todos nosotros? El anciano les contestó: – Si alguien se acerca a ti con un regalo y no lo aceptas, ¿a quién le pertenece el regalo? – A quien intentó entregarlo, por supuesto – respondió uno de los discípulos. – Pues lo mismo vale para la envidia, la rabia y los insultos – explicó el maestro – Cuando no los aceptas, siguen perteneciendo a quien los llevaba consigo. Moraleja: Este cuento psicológico nos enseña que debemos medir nuestras reacciones ya que cuando nos enfadamos o frustramos con los demás, en realidad lo que estamos haciendo es cediéndoles el control. Muchas personas se comportan como camiones de basura, dispuestas a dejar sus frustraciones e ira donde se lo permitan. Fuente:...
El sabor de la fresa (cuento Zen)
Imagen de congerdesign en Pixabay Un hombre que cruzaba un campo se encontró con un tigre. Huyó y el tigre corrió tras él. Al llegar a un precipicio cayó en él pero pudo agarrarse con las dos manos a una raíz y quedó colgando del borde. El tigre le olisqueaba desde arriba gruñendo. El hombre, tembloroso, bajó la vista y vio que muy abajo, al fondo del precipicio, otro tigre aguardaba para devorarle. Sólo la raíz lo sostenía. En ese momento dos ratones, uno blanco y otro negro, se pusieron a roer poco a poco la raíz. Al mismo tiempo el hombre vio una suculenta fresa silvestre cerca de él. Aferrándose a la raíz con una sola mano, arrancó la fresa con la otra y se la metió en la boca. ¡Qué sabor tan dulce...
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