Buena suerte o mala suerte
Mar04

Buena suerte o mala suerte

En una aldea pequeña, hace muchos años, vivía un campesino junto a su único hijo. Los dos se pasaban las horas cultivando el campo sin más ayuda que la fuerza de sus manos. Se trataba de un trabajo muy duro, pero se enfrentaban a él con buen humor y nunca se quejaban de su suerte. Un día, un precioso caballo negro salvaje bajó las montañas galopando y entró en su granja atraído por el olor a comida. Descubrió que el establo estaba repleto de heno, zanahorias y brotes de alfalfa, así que ni corto ni perezoso, se puso a comer. El joven hijo del campesino lo vio y pensó: – ¡Qué animal tan fabuloso! ¡Podría servirnos de gran ayuda en las labores de labranza! Sin dudarlo, corrió hacia la puerta del cercado y la cerró para que no pudiera escapar. En pocas horas la noticia se extendió por el pueblo. Muchos vecinos se acercaron a felicitar a los granjeros por su buena fortuna ¡No se encontraba un caballo como ese todos los días! El alcalde, que iba en la comitiva, abrazó con afecto al viejo campesino y le susurró al oído: – Tienes un precioso caballo que no te ha costado ni una moneda… ¡Menudo regalo de la naturaleza! ¡A eso le llamo yo tener buena suerte! El hombre, sin inmutarse, respondió: – ¿Buena suerte? ¿Mala suerte? … ¡Quién sabe! Los vecinos se miraron y no entendieron a qué venían esas palabras ¿Acaso no tenía claro que era un tipo afortunado? Un poco extrañados, se fueron por donde habían venido. A la mañana siguiente, cuando el labrador y su hijo se levantaron, descubrieron que el brioso caballo ya no estaba. Había conseguido saltar la cerca y regresar a las montañas. La gente del pueblo, consternada por la noticia, acudió de nuevo a casa del granjero. Uno de ellos, habló en nombre de todos. – Venimos a decirte que lamentamos muchísimo lo que ha sucedido. Es una pena que el caballo se haya escapado ¡Qué mala suerte! Una vez más, el hombre respondió sin torcer el gesto y mirando al vacío. – ¿Buena suerte? ¿Mala suerte? … ¡Quién sabe! Todos se quedaron pensativos intentando comprender qué había querido decir de nuevo con esa frase tan ambigua, pero ninguno preguntó nada por miedo a quedar mal. Pasaron unos días y el caballo regresó, pero esta vez no venía solo sino acompañado de otros miembros de la manada entre los que había varias yeguas y un par de potrillos. Un niño que andaba por allí cerca se quedó pasmado ante el bello espectáculo y después, muy emocionado, fue a avisar a todo...

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El gato atado
Feb14

El gato atado

El maestro de zen y sus discípulos comenzaron su meditación de la tarde. El gato que vivía en el monasterio hacía tanto ruido que distrajo los monjes de su práctica, así que el maestro dio ordenes atar al gato durante toda la práctica de la tarde. Cuando el profesor murió años más tarde, el gato continuó siendo atado durante la sesión de meditación. Y cuando, a la larga, el gato murió, otro gato fue traído al monasterio y siendo atado durante las sesiones de práctica. Siglos más tarde, eruditos descendientes del maestro de zen escribieron tratados sobre la significación espiritual de atar un gato para la práctica de la meditación. Maestro: rituales que nacen accidentalmente pueden convertirse en creencias absurdas que se traspasan de generación a generación. ¿Y tú? .. tienes algun gato atado en tu vida? Cuento tradicional Zen...

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¿Quién decide?

Dos amigos se reunieron para comer y antes uno de ellos pasó por el quiosco a comprar el periódico. Este saludo amablemente al vendedor. El quiosquero, en cambio respondió con malos modales y muy desconsiderado le lanzó el periódico de mala manera. El comprador en cambio sonrió amablemente y pausadamente deseo al quiosquero que pasará un buen día, dándole las gracias por su servicio. Los dos amigos continuaron el camino y cuando ya estaban alejados del quiosco, el otro amigo le dijo: – Oye ¿Este hombre siempre te trata así? – Si, por desgracia – le dijo el amigo – ¿Y tú siempre te muestras con él tan educado y amable? – Si, así es. – Y ¿me quieres decir, por que tú eres tan amable con él, cuando él es tan antipático contigo? – El amigo le contesto: es bien fácil. No quiero que sea él quien decida como me he de comportar...

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Palabras
Dic30

Palabras

Los discípulos estaban enzarzados en una discusión sobre la sentencia de Lao Tse: “Los que saben no hablan; Los que hablan no saben”. Cuando el Maestro entró donde aquellos estaban, le preguntaron cuál era el significado exacto de aquellas palabras. El Maestro les dijo: – ¿Quién de vosotros conoce la fragancia de la rosa? Todos la conocían. Entonces les dijo: – Expresadlo con palabras. Y todos guardaron silencio. Cuento de “¿Quién puede hacer que amanezca?” de Anthony de Mello...

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Esta historia zen nos recuerda que más dice la crítica de quien critica, que de quien es criticado
Nov17

Esta historia zen nos recuerda que más dice la crítica de quien critica, que de quien es criticado

  Bankei Yōtaku fue uno de los grandes maestros zen japoneses, vivió durante años como un eremita y cuando finalmente alcanzó la iluminación, se negó a asumir una posición honorable dentro del monasterio y prefirió seguir ayudando en las labores de la cocina. Sin embargo, la fama de su sabiduría era tan grande, que llegaban alumnos de todas partes de Japón para que los guiara. Se cuenta que, durante una de esas semanas de meditación, uno de los discípulos fue atrapado robando. El joven fue denunciado ante Bankei, para que este lo expulsara. Sin embargo, Bankei ignoró el caso. Días más tarde, volvieron a atrapar al discípulo cometiendo un acto similar pero, una vez más, Bankei ignoró el asunto. Aquella situación enfureció a los otros discípulos, que redactaron una petición pidiendo que el ladrón abandonara el monasterio ya que no lo consideraban digno de estar allí. Si el maestro zen no lo hacía, serían ellos quienes abandonarían el monasterio. Cuando Bankei leyó la petición, reunió a todos sus discípulos y se dirigió a ellos:  – Sois personas sabias – les dijo. – Conocéis la diferencia entre lo correcto y lo que no está bien. Podéis iros a otro monasterio a proseguir vuestro aprendizaje, si así lo deseáis. Sin embargo, este pobre joven ni siquiera sabe distinguir el bien del mal. ¿Quién le enseñará si no lo hago yo? Lo mantendré a mi lado hasta que aprenda. Un torrente de lágrimas inundó el rostro del discípulo que había robado. En ese preciso momento, todo deseo de robar había desaparecido.   Todos pueden criticar, pocos pueden perdonar y ser compasivos Algunas veces, una simple historia puede enseñarnos mucho más que un libro de filosofía. El enorme poder de las historias se debe a que sortean las barreras de lo racional, llegando a tocar las fibras emocionales, que son las que generan el conocimiento más profundo.  De hecho, en el budismo se afirma que todo lo que merece la pena aprender, no puede ser enseñado. Se refiere a que los grandes aprendizajes, esos que nos cambian y transforman nuestra manera de ver el mundo, provienen del interior. Bankei nos brinda una gran lección a través de esta sencilla historia y nos recuerda algo que gran parte de nuestra sociedad parece haber olvidado: la crítica dice más de quien critica, que de quien es criticado. Si queremos dejar huellas y construir realmente un mundo mejor, deberíamos practicar mucho más el perdón y la compasión. Bankei nos invita a reflexionar sobre la facilidad con la que podemos darle la espalda a las personas que se equivocan, aquellas que no comparten nuestros puntos de vista...

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El Fuego Rojo

El sabio pidió al discípulo: «Si quieres continuar en mis enseñanzas, tráeme el fuego rojo que arde con pequeñas y lentas llamaradas. “Al discípulo le agradó que le pidiera tal cosa: había, en las montañas que rodeaban el monasterio, oquedades de las que emanaban cualquier tipo de fuegos desde las profundidades de la Tierra: fuegos amarillos, fuegos rosas, fuegos verdes…Hacía muchos años que estaba en aquélla escuela, preparándose, y no iba a fracasar después de todo lo aprendido: de las ciencias del Universo y de la Tierra que ya conocía. Cogió su mochila y comenzó a buscar. Escaló rocas cada vez más altas, exploró grutas cada vez más oscuras y profundas, y encontraba fuegos de todo tipo: rojo con grandes llamas, rojo con ondulantes haces, rojo con llamas multicolor… pero rojo, y con pequeñas y lentas llamas…Pasaron los días y las semanas. En sus ojos sólo veía fuegos, pero no el fuego que buscaba. Al fin, cansado y con la ropa destrozada, volvió al monasterio. Relató que lo había intentado, incluso le había traído brasas de otros tipos de fuegos más hermosos que el que le habían pedido. El sabio se levantó de su asiento y caminó por la estancia, en cuyas paredes, iluminadas por letras y pequeñas llamas de fuegos rojos había esculturas de antiguos guerreros. Se detuvo ante uno de los recipientes con aquél carbón encendido y miró al discípulo diciéndole. – Aprendamos a ver lo que tenemos delante de los ojos. Aprendamos a percibir lo que está oculto desde siempre para nosotros, simplemente, porque no queremos...

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