Las Pequeñas Irritaciones
Ene10

Las Pequeñas Irritaciones

Con frecuencia no prestamos atención a nuestras emociones hasta que estas son tan intensas y tan molestas que, como un niño pequeño en plena pataleta, no nos queda más remedio que prestarles atención. Pero a lo largo del día puede haber muchos pequeños momentos que producen —o creemos que son esos momentos los que producen— pequeñas molestias emocionales, pequeñas irritaciones que nos pasan casi completamente desapercibidas.Normalmente creemos que son los acontecimientos, cosas que pasan, lo que dice otra persona… las que producen nuestras emociones. Sin embargo, tal y como ya expliqué en la entrada: “Nuestras emociones no son producidas por lo que pasa”( http://www.rincondeldo.com/nuestras-emociones-no-son-producidas-por-lo-que-pasa/), esto no es así. Es nuestra interpretación de lo ocurrido la que produce la emoción. Por eso, ante la misma situación, diferentes personas pueden tener reacciones emocionales distintas. Sin entrar en muchos detalles, (si no has leído ese artículo, te recomiendo ahora su lectura), por ejemplo, una muerte de un ser querido va a producir tristeza de una forma universal, pero si produce o no rabia dependerá de si la persona interpreta o no que esa muerte es injusta y que no debería haberse producido, peleándose con una realidad que aunque sea dolorosa, ya es y no puede ser cambiada. Así, la clave es, siempre, qué interpretación mental hacemos de lo que está ocurriendo… pero, con frecuencia, la persona no es consciente de la interpretación mental que tiene, ni de que la clave de su sufrimiento está en esa interpretación mental. Si ni siquiera nos damos cuenta de que nuestras emociones dependen de nuestra interpretación mental en los acontecimientos más grandes, más intensos, imaginemos en las pequeñas cosas. Pasan por las alcantarillas de la mente, sin que nos percatemos de qué está pasando ahí. Un objeto se nos cae, y nos agachamos a recogerlo con un pequeño gesto de irritación o molestia, apretando la mandíbula. Es una cosa pequeña, tan pequeña, que no nos damos cuenta de toda la cascada: el objeto se cae y décimas de segundo después el pensamiento, la creencia, “esto no debería haberse caído” —es una creencia tan enraizada (“no deberían ocurrir errores ni accidentes, aunque sean pequeños”) y aprendida de nuestros padres y cultura, que ni siquiera tienen que pasar las palabras por nuestra cabeza, se activa en décimas de segundo— luego la emoción consecuencia de esa creencia: molestia, pequeña irritación y, por último, dónde se siente en el cuerpo esa pequeña molestia: quizá en el pecho o en la mandíbula que se aprieta o con tensión en los hombros o el cuello. De esta forma multitud de pequeñas cadenas ‘pensamiento o creencia—emoción—cuerpo’ pasan completamente desapercibidas, acumulándose en el cuerpo...

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Nuestras emociones no son producidas por lo que pasa
Nov27

Nuestras emociones no son producidas por lo que pasa

Imagen AbsolutVision en Pixabay La creencia común es que nuestras emociones son causadas por algún acontecimiento externo —o interno—. No te han contestado al saludo y te molestas; un conductor te insulta en el tráfico, te enfadas y le devuelves otro insulto peor; sufres una injusticia o una acusación falsa, y tu enfado y frustración es aún mayor; pierdes una relación o a un ser querido, y estás triste, y posiblemente enfadado o enfadada con la Vida; viajas en un avión y está realizando un aterrizaje de emergencia y tienes miedo. Cualquier persona ve cómo lógica esas reacciones emocionales y, sin embargo, sin embargo… aunque sean reacciones muy corrientes, tan corrientes, que casi todo el mundo las compartiría, eso no significa que sea esa situación la que esté provocando la reacción emocional. Como dice Eckhart Tolle “La principal causa de la infelicidad nunca es la situación, sino tus pensamientos sobre ella”. Vamos a poner un ejemplo: imaginemos un choque de varios coches en una carretera de circunvalación, de esas siempre tan concurridas de tráfico. Vamos a imaginar un choque múltiple, pero nada serio para nuestro ejemplo, sólo chapa. Y para este ejemplo, vamos a imaginar a nuestras protagonistas todas mujeres (así no relacionamos una reacción con hombres y otras con mujeres): tras el choque, una de ellas sale del coche dando un tremendo portazo, mira los daños, le pega una patada a las ruedas, se pone a gritar y a insultar a la conductora del vehículo de atrás: “¡Es que eres g…! ¡No has visto que he puesto el intermitente! ¡Se puede ser imbécil, Dios mío! Pero esto es la rehos…! ¡Me las vas a pagar! ¡Te juro que me las vas a pagar!”. Unos vehículos más atrás otra mujer sale temblorosa del coche, mira su coche, los otros coches, las manos le tiemblan con violencia, y está a punto de caerse pues las piernas no le sostienen: “¡Ay, Dios mío! ¡Lo que podría haber ocurrido! ¡Ay! ¡Nos podríamos haber matado! ¡Ay, mis niños, que he estado a punto de dejarlos huérfanos! ¡Ay! ¡Angelitos míos! ¡Pobres, qué iban a hacer sin madre, qué iba a ser de ellos!”. En otro vehículo, unos coches más atrás, una tercera mujer no llega a salir de su coche, se echa sobre el volante llorando sin parar, desconsoladamente: “¡Si es que todo me tiene que pasar a mí! ¡Esto es lo que me faltaba hoy, es lo último! ¡No puedo más, no puedo más, no puedo más! ¡Siempre a mí, siempre a mí, todo me tiene que pasar a mí! Ahora esto. ¡No me lo puedo creer! Pero ¿por qué Dios mío?, ¿qué he hecho yo?” y sigue llorando...

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Observar lo que Es
Ene14

Observar lo que Es

“No puedo centrarme en la respiración porque tengo catarro”. Esta queja es frecuente en el invierno o en la época de alergias. Creemos que cuando la guía verbal nos dice “centra tu conciencia en la respiración”, ésta debe ser fluida o debe tener un determinado ritmo. Pero si nos fijamos bien no da ninguna instrucción sobre cómo debe ser la respiración, simplemente pide que observemos.  Cuando estamos acatarrados, y la nariz está taponada, quizá respiremos por la boca, quizá sintamos incomodidad y molestias. Con molestias o sin molestias, nuestro trabajo es el mismo: observar lo que sea que haya Ahora. Incluida la incomodidad. Incluido el rechazo a la incomodidad.  La mente condicionada da por sentada por muchas cosas, sobrepone sobre la realidad capas de conceptos y de juicios. “La respiración debe ser fluida”, “no puedo respirar” (lo que es una exageración, porque si no pudieras respirar te morirías), “debo respirar más despacio”, “no debería sentir mi corazón palpitar con tanta fuerza”… Es un hábito fuertemente enraizado. Etiquetamos y enjuiciamos continuamente, sin siquiera darnos cuenta.  La mente reduce la realidad a conceptos simples y los enjuicia: “la orquídea es blanca”. ¿Es blanca? Mírala bien. Atentamente, sin etiquetas, sin nombres de colores y verás que no es blanca. “Blanco” es un concepto, el cerebro reúne todos los matices de grises y diferentes tonos que percibe en la flor como “blanco”. Esa capacidad de unificar una multiplicidad de sensaciones en una sola etiqueta es práctico, muy práctico. Pero limita la realidad. Si queremos pintar la flor nos damos cuenta de la infinidad de matices, de tonos distintos en sus pétalos. La realidad es que no es blanca, sólo en algún punto de luz, quizá en el borde de algún pétalo, quizá sólo ahí vemos de verdad el blanco. El resto son tonos de grises y nacarados.  Observar la respiración es una práctica para la observación de la realidad cotidiana. Estabiliza la atención y es el comienzo de la observación sin etiquetas ni juicios.Observar la respiración, sin enjuiciarla, puede resultar difícil al comienzo. Al enjuiciarla la respiración se bloquea, lo que es una experiencia muy frecuente al comienzo de la práctica del Mindfulness. Con práctica los juicios cesarán, y la respiración fluirá con naturalidad, con o sin catarro. Pero es mucho más difícil observar con esa ecuanimidad y serenidad la realidad cotidiana, los atascos, las malas caras, la basura, o las noticias. Por eso, la práctica con la respiración es un primer paso sumamente importante. Se empieza por lo pequeño, sin olvidarnos que luego tenemos que llevar esa capacidad a nuestra vida cotidiana. Vamos a observar la realidad tal y como es, tal...

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La mente sin proyecciones
Nov23

La mente sin proyecciones

Siempre he sentido una gran fascinación por la prehistoria. Cuando era estudiante tuve la oportunidad de colaborar en las excavaciones de la Cueva del Castillo, en Puente Viesgo (Cantabria). Me encantaba ese trabajo, excavar en una pequeña cuadrícula, pasar el cedazo por la tierra recogida, recoger cuidadosamente todos los fragmentos… Disfrutaba enseñando las cuevas y sus pinturas, algo que hacía ocasionalmente, cuando en pleno agosto los guías estaban a tope (en aquellos tiempos las reglas eran algo más flexibles, creo). Pero lo que más adoraba era entrar con los profesores, arqueólogos y arqueólogas, en las cuevas que el público no podía visitar, cuyo acceso era más difícil y que no disponían de luz eléctrica, entrar a gatas por los pequeños corredores y permanecer en una pequeña cavidad, en la que sólo cabían dos o tres personas, y observar las paredes llenas de pinturas. Estar allí, en ese pequeñísimo espacio, que evidentemente fue tan sagrado y especial hace más de 40.000 años, me hacía sentir, en mi mente joven, como si estuviera entrando, como si estuviera entreabriendo ligeramente la puerta de un espacio muy íntimo, muy privado; un espacio que me permitía, de alguna forma sentirme un poquito más cercana a aquellos hombres y mujeres del pasado. El hecho de que cada cosa que viera o descubriera provocará más preguntas que respuestas me resultaba, y me resulta, fascinante.  Tuve la inmensa suerte, también, de poder visitar las cuevas de Altamira en varias ocasiones, no sólo de pequeña con mis padres, (visita que no recuerdo en absoluto porque era demasiado pequeña), sino de adulta cuando ya había crecido en mí esa pasión; visitas organizadas y facilitadas por mi gran amigo Pepe, que entonces vivía en esas tierras del Norte, que me habían visto nacer a mí y que él adoptó durante un tiempo como suyas. La impresión y la emoción que me producían esas pinturas, la sensación de viveza, es absolutamente inimaginable, ninguna foto puede reproducir la perfección y el volumen que esos artistas de nuestro pasado remoto supieron reflejar sobre la roca.  Siempre que viajo y hay alguna cueva con pinturas procuro visitarla. Si hay restos de construcciones Neolíticas, también. Dólmenes, menhires, cromlechs, siempre que están cerca, son una parte importante en mis viajes. Mi marido me acompaña en esas búsquedas y ha aprendido a amarlo también o, por lo menos, a acompañarme en mi pasión.  La última visita que me dejó impresionada fue la de los menhires de Monteneuf en la Bretaña francesa. Allí hay más de 400 menhires, de los cuales los arqueólogos han logrado levantar en su posición inicial 42; el resto siguen tumbados, medio enterrados en...

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El Ego Herido

Vas conduciendo por la circunvalación o por las calles de la ciudad y alguien te grita: ‘¡Gilipollas!’, inmediatamente abres la ventanilla y sientes una compulsión de gritar algo más grande, sin darte cuenta estás respondiendo: ‘¡Hijo puta!’, o le sacas el dedo, o algún otro gesto grosero. Preparas la fiesta de fin de curso de los niños, o una obra de teatro para el final del curso, y en las palabras que pronuncia el director o directora, no te menciona ni te agradece tu esfuerzo; llegas a casa con desilusión, con enfado, con tristeza, se lo comentas a tu pareja, a tus amistades, sientes que te han ninguneado, y durante un tiempo no te lo puedes quitar de la cabeza, te gustaría que reconociera públicamente tu trabajo y tu esfuerzo y que pidiera disculpas por no haberlo hecho antes. Saludas a un vecino al cruzarte con él o ella, ‘buenos días’, y no te contesta ni te mira; probablemente es algo que le contarás a varias personas y que se repetirá en tu mente varios días, ‘¡será posible, lo maleducado que es!’ Te enteras que alguien, un conocido o conocida, un familiar, un colega, está diciendo cosas de ti negativas a tus espaldas; otra vez se lo comentas a tus amigos, a tu pareja, a tus hermanos o hermanas, a tu madre… y durante un tiempo tampoco logras quitártelo de la cabeza, durante un tiempo insultas y ‘machacas’ a esa persona dentro de tu mente, durante un tiempo crees que estarías mejor, que te quedarías en paz, si esa persona le dice a todas esas personas que se ha equivocado juzgándote de esa manera. A tu pareja se le olvidó que hoy era vuestro aniversario, o tu santo… el enfado y las verbalizaciones y pensamientos sobre su egoísmo y que ‘va a lo suyo’ y que ‘sólo piensa en sí’, se repiten durante muchos días; incluso lo recuerdas años después, y todavía lo puedes echar en cara en alguna discusión, necesitas que repare el olvido con algún detalle diez veces más grande, necesitas que se acuerde y te pida disculpas por su olvido reflejo de su egoísmo. Alguien se dirige a ti de malos modos, con voces, o con cólera, incluso te insulta; de nuevo, esas palabras, como un eco, se repiten sin cesar en tu mente, de nuevo, se lo cuentas a aquellas personas con las que tienes confianza, de nuevo insistes en que lograrás paz y calma en tu mente cuando esa persona te pida disculpas y se retracte. Estos hechos, incluso los más aparentemente triviales, se pueden repetir sin cesar en la mente, dándole vueltas sin...

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