Comunicar sin mostrar
En las ciudades importantes del Japón de la época Edo (1603-1867) existían numerosos dojos de kenjutsu (el arte del sable). A finales de esa época, se censaron más de setecientas escuelas de kenjutsu en Japón. Una escuela también podía tener sucursales, dando lugar a un número considerable de dojos.
Cuando un dojo daba a un camino o una calle, tenía las ventanas en lo alto de la pared para que los transeúntes no pudieran ver lo que pasaba en el interior. Así, los entrenamientos se hacían al abrigo de las miradas.
En aquella época, ver un entrenamiento equivalía a asistir a clase. Había que contar con permiso para ver, pero en ese caso, sólo se podía hacer después de haberse incorporado a la escuela.
En la historia de las artes marciales, podemos encontrar varios ejemplos similares; en jûjutsu, en taichi-chuan y otras corrientes de boxeo chino, en el kárate de Okinawa…
La situación era muy diferente de las costumbres de nuestra época, en la que frecuentemente oímos: « No quiero asistir a clase, sólo quiero mirar. » Porque mirar parece no tener importancia, y según muchos, debería ser gratuito.
Sin embargo, hay que saber que una vez que pidas observar una clase, estás pidiendo hacerte alumno. Dicho esto, está claro que puede haber entrenamientos y clases sin importancia en las que no hay nada que esconder…
Pero lo esencial de las artes marciales no puede transmitirse únicamente por mensajes visibles; existen también unas sutilezas en los aspectos técnicos y energéticos que requieren una comunicación particular. Son mensajes no verbales y poco visibles.
Las técnicas de las artes marciales implican conocimientos particulares que hayan sido ensayados y mejorados por experiencias, para luego ser elaborados y transmitidos en el curso del tiempo. Si una técnica es eficaz, o mucho más eficaz que por la simple activación ordinaria o acostumbrada del cuerpo humano, significa forzosamente que hay en juego un saber particular. Implicaría más que un conjunto de acciones aplicadas y ejecutadas a partir de la lógica ordinaria. Necesariamente debe haber un conocimiento sutil elaborado.
Un maestro del jûjutsu a quien ya he citado dijo:
« Si realmente quieres progresar, debes reflexionar continuamente. Pero, que sepas que no está garantizado que vas a encontrar las sutilezas esenciales del arte, aunque seas muy inteligente.
Si sólo posees una inteligencia ordinaria, no tienes ninguna posibilidad. No es para los que sólo saben confundir la eficacia con la brutalidad… »
Si una técnica se formase sólo por gestos corporales, bastaría con copiar bien estos gestos para aprenderlos. Pero una técnica debe implicar también la manera de sentir el cuerpo y su espacio cercano (comprendiendo también el del adversario), de desarrollar sensaciones particulares, de activar partes internas del cuerpo que estamos poco acostumbrados a mover, pero también de ver y de sentir al adversario… No podríamos comprender todas estas sutilezas observando únicamente el aspecto externo de los movimientos del cuerpo.
Porque en realidad, un gesto digno de ser llamado una técnica incorpora numerosas sutilezas, que son la fuente de su eficacia. Aunque empieces copiando los gestos que ves, debes también aprender, a partir de un cierto grado de progreso en la práctica, a completarlos integrando el conjunto de sensibilidades que dan vida a la técnica. La técnica no es un simple conjunto de gestos.
Por tanto, en una técnica válida, hay una parte visible formada por los gestos, pero también una parte no visible compuesta de las sutilezas de la técnica. En la transmisión, la parte no visible de la técnica requiere una explicación complementaria que normalmente se hace de forma oral. A partir de un cierto nivel, dichas explicaciones serán esenciales para el aprendizaje de una técnica viva. Porque la realización de la eficacia depende del grado de comprensión del conjunto de las sutilezas gestuales y energéticas.
El ejemplo flagrante se encuentra en el concepto del principio del aïki, en el que se basan el aïki-do y ciertas corrientes del jûjutsu.
Una demostración de aïki-do es espectacular y hasta estética. ¿Cómo es posible proyectar a un adversario de manera tan fácil y elegante? En la mayoría de los casos, son ejercicios efectuados con la complicidad de los adversarios. El atacante se deja proyectar tal y como se ha convenido antes, ya que se trata de un ejercicio que se debe efectuar de este modo. Si un adversario de un nivel importante atacara realmente con determinación, pocos aïkidokas podrían hacer frente de manera tan eficaz como en el momento de una demostración de aïki-do.
Digo bien « pocos », y no « todos ».
Porque parecen existir unos pocos maestros que sí son capaces de ello. La técnica del aïki consiste principalmente en anular la fuerza del adversario. Si puedes anular la fuerza de ataque del adversario, como si borrases los trazos negros del lápiz con una goma, podrías dominar efectivamente al adversario como vemos en las demostraciones. Si no tienes esta capacidad, hay que tener un compañero cómplice, que es lo que pasa en la mayoría de los casos.
Una pregunta se impone. ¿Es realmente posible anular la fuerza del adversario sin apenas tocarlo? Si la respuesta es que « no », la mayoría de las demostraciones del aïki serán el resultado de una complicidad entre los adversarios. Si la respuesta es que « sí », esa técnica rozaría, sin duda alguna, el nivel supremo de las artes marciales. Y en ese caso, no podemos soslayar este fenómeno si buscamos un mejor método de artes marciales. Deberíamos entonces preguntar cómo puede ser posible. ¿Con qué lógica corporal y mental se obtiene una capacidad así? Podría ofrecernos un nuevo horizonte.
Habiendo conocido un fragmento de los fenómenos del aïki, yo sigo planteándome este género de preguntas durante mis investigaciones. Por ahora, todavía no he conseguido encontrar una respuesta satisfactoria.
En los documentos escritos, la parte esencial de una técnica es poco aparente. La escritura es importante, pero poco eficaz para explicar una acción. Si tienes alguna duda sobre ello, intenta explicar por teléfono una simple acción técnica a alguien que no la conozca. O trata, por ejemplo, de comunicar los primeros movimientos del taichi-chuan únicamente por palabras sin hacer los gestos. Si dices « subir las manos », tu interlocutor podría preguntarte: « ¿subirlas cómo? ¿de qué manera? ¿deben quedar las dos al mismo nivel? ¿a qué ángulo? ¿y subirlas con qué velocidad? » Acabarías por pensar: « las palabras no están hechas para expresar los movimientos ».
Furyû-monji
En la enseñanza zen existe el término « furyû-monji » que significa « no expresar en palabras », lo que quiere decir: « La comunicación esencial no se establece por el sistema de las palabras ». Esto nos remite al refrán « ishin-denshin » que significa « comprenderse de mente a mente ».
A veces los refranes se entienden erróneamente, como esta interpretación por ejemplo: «la palabra no es importante para la comunicación». Parece respaldar una cierta tendencia intelectual, pero creo que el verdadero sentido es otro.
Contrariamente a estas interpretaciones, dichos refranes subrayan la importancia de las palabras, hasta tal punto que no hay que abusar de ellas. Su empleo justo es especialmente importante en el ámbito de las artes… Si miles de palabras no bastan para hacerse entender, bastaría a veces con emitir un solo sonido, una sola palabra, incluso una sola mirada, si cada uno de ellos fuera empleado en el momento justo.
La situación justa es esencial para la comunicación. Aunque grites muy fuerte, el que está lejos no te oirá, ni aunque le grites en la oreja, mientras que el que está cerca de ti puede oírte aunque sólo le susurres. La distancia con relación a la fuente vocal es similar al grado de comprensión técnica según el nivel práctico de la persona. El mensaje puede ser entendido sólo por los que puedan acercarse a la distancia justa. El instante justo de comunicación se forma mediante un equilibrio entre la distancia y la fuerza vocal.
Lo mismo ocurre con la caligrafía o la pintura con tinta china. El vacío blanco del papel es tan importante como los rasgos negros formados por la tinta. La acción de trazar las líneas tiene tanta importancia como la de dejar espacios vacíos. El instante justo de la comunicación es similar a este tipo de equilibrio.
La palabra es tan importante que hay que pronunciarla con exactitud. Si se enuncia en el momento justo, lo esencial se comprende incluso sin formar una frase. Por tanto, hay que formar este espacio-tiempo de la comunicación. Es así como yo comprendo el sentido de furyû-monji.
En la tradición de las artes marciales japoneses, la enseñanza oral era tan selectiva que estaba prohibido tomar apuntes por escrito. Tales apuntes tenían que ser retenidos mentalmente. Un estudiante mediocre tomará muchas apuntes para parecer serio, mientras que el que es brillante recurrirá a ellos muy poco, ya que lo esencial quedará grabado en su cabeza… La palabra es importante, tan importante que el significado de una sola palabra emitida por el maestro puede cambiar todo el contenido de lo que aprendemos, a condición de que estemos a la distancia justa para oírla y sobre todo comprenderla.
Así, la apreciación y el grado de comprensión del arte pueden variar según el ángulo de visión percibido y sobre todo por el nivel práctico de la persona. Puedes comparar los puntos de vista siguientes.
Un periodista dijo:
« La mayoría de los espectadores de artes marciales presentes en la sala de Bercy son unos entendidos. Saben distinguir las técnicas buenas de las malas, basta con escuchar la fuerza de sus aplausos.
Un maestro de sable dijo:
« El ojo de un aficionado no puede percibir la técnica del arte. Si los aficionados aplauden al ver tu técnica, será o porque comprenden mal, o porque tu técnica es tan mediocre que hasta los aficionados pueden percibirla… »
Un investigador científico de educación física dijo:
« Reuniendo los resultados de los múltiples exámenes y análisis que hemos hecho, estaremos en condiciones de establecer una metodología aplicable a los deportistas de diferentes niveles… »
Un maestro de jûjutsu dijo :
« Aunque pudieras extender todas las teorías y los descubrimientos científicos del mundo sobre una planicie de baja altitud, nunca podrías obtener una visión del espacio abarcado desde la cumbre de una alta montaña. »
Seguimos con nuestra reflexión sobre la formación de lo que se llama el secreto, que consta de varias facetas. He aquí un análisis sucinto.
Posición de práctica
Kié y shugŷo
Frente a un saber particular, como un secreto, podemos distinguir varias actitudes. Los conceptos japoneses kié y shugŷo, términos de origen Budista, nos permitirán comprender mejor la actitud de la gente frente al saber que a veces se esconde.
Kié significa: tener fe en Buda y seguir fielmente la doctrina budista. En sentido más amplio, la palabra kié designa una cierta actitud, la de depender o llegar a ser dependiente de una enseñanza o de un dogma. Cuando se utiliza esta palabra en forma de verbo, significa adherirse a esta creencia, o hacerse dependiente de ella.
Shugŷo significa: practicar uno mismo el camino de Buda. Este concepto se ha impregnado en la práctica de las artes marciales japonesas para designar el acto de perseverar para profundizar la técnica y el espíritu.
Basada en estos conceptos, la expresión kié-ha significa la tendencia de un grupo de personas de depender de la enseñanza o del dogma establecido por el guru o el Maestro que les dirige. El sufijo “-ha” significa corriente o tendencia. Para las personas kié-ha, cualquiera que sea la escuela o corriente Budista, Buda es como el Dios del que dependen. Por extensión de este sentido, las personas kié-ha considerarán a su Maestro o Guru como un ser sagrado cuyo nivel jamás podrán alcanzar. El Maestro o el Guru es el poseedor único de la verdad. Las normas que dicta son la manifestación de su expresión de la verdad. Por tanto, estas personas son fieles a dichas normas o reglas.
Shugyo-ha designa más bien la tendencia de los que procuran formarse a sí mismos, a través de su propia práctica. Una persona shugyo-ha en Budismo intenta seguir por sí sola las trayectorias del Buda, aunque sólo avance un poco. Reconozco que me inspiré en este concepto cuando definí la actitud y la posición de mi práctica de las artes marciales como Jisei-do: la vía de formarse uno mismo a través de la práctica personal.
Para explicarme mejor, voy a referirme otra vez a la pequeña historia imaginada que presenté en la última crónica (N°10). Recordemos esta historia.
Los kié-ha
Podría seguir así:
Posees ese objeto y lo guardas como un tesoro. Todavía no conoces su composición, pero no importa ya que el objeto proviene del Maestro, quien garantiza su valor. Es pues un tesoro para ti también.
Te dirás: «Como el Maestro garantiza el valor de este objeto, tiene que ser auténtico.»
Del mismo modo, las personas kié-ha respetarán las reglas en su práctica, siempre que se refieran a las normas establecidas por el Maestro. Estas reglas les resultan indispensables, porque nunca alcanzarían el objetivo final de su práctica por sí mismas. Pero estas personas están relacionas con el objetivo porque respetan las reglas que les conectan con este fin, ya que el Maestro las ha garantizado. Participan de la verdad por “proximidad”.
Los kié-ha considerarán desde el principio que comprender la composición del objeto-tesoro está fuera de sus capacidades. Pero no necesitan comprenderla, incluso no están hechos para comprenderla. Les basta que el Maestro la comprenda y les dé su garantía al respecto. Sus palabras son la garantía del valor de su práctica. Les basta pues con seguir su enseñanza, simplemente.
Así, la persona kié-ha ve la verdad a través del Maestro. Es decir, necesita una referencia para su conducta. Entrenas en la disciplina de la escuela del Maestro como si recitaras un sutra. No necesitas conocer el sentido ni de las palabras ni de su sonido, porque el acto de recitarlas es sagrado en sí, y por tanto eficaz, ya que es el Maestro quien lo dice.
Así, al respetar las reglas, los kié-ha pueden estar en el camino correcto que les relaciona con la verdad. Aunque saben de antemano que nunca alcanzarán el fin, tienen la conciencia protegida, ya que están conectados con la verdad. Dirán: «Estoy en la vía verdadera, ya que formo parte de la corriente que conecta directamente con la enseñanza del Maestro, quien ha tocado la verdad.»
Si eres una persona kié-ha, creerás que existen secretos en la disciplina que practicas, pero que no necesitas comprenderlos. Sólo los conoce el Maestro. Como practicas el método del Maestro, practicas una verdadera disciplina. Así es cómo se sacralizan los Maestros.
Se observan actitudes similares en diferentes actividades, particularmente en el mundo de las artes marciales.
Continuará…
Foto portada: deadstar 2.1
18 enero, 2013
Saludos,
Como practicante de aikido, debo decir lo siguiente:
Es cierto que existe una complicidad entre el uke y el tori en la práctica, pero hay que puntualizar que si se practica de forma correcta (no cuento demostraciones), se trata de una complicidad sana, en pro de adquirir las habilidades necesarias para avanzar en la practica. Es decir, si el tori no realiza la técnica correctamente el uke no se debe dejar. Por otra parte tampoco puede ponerse tenso y fuerte para evitar la técnica, pues tampoco es real porque sabe lo que le van ha hacer, cosa que en un ataque real no pasaria.
La mayoría de las técnicas de aikido tienen un propósito: romper o dañar huesos y ligamentos. Es imposible practicar las técnicas sin el control de la acción, tanto del uke como del tori, por lo evidente. De ahí la importancia de una complicidad sincera entre los practicantes.
Por desgracia pesa la «mala fama» del aikido (aunque hay diferentes escuelas) debido a las demostraciones, que suelen ser para el gozo del espectador.