(Continuación de la entrada sobre la Autoestima: Autoestima Alta y Crecimiento Positivo Continuo).
Estamos acostumbrados a elogiar a nuestros niños. Lo hacen los maestros, los padres, los abuelos, los tíos, los padrinos, los vecinos: ¡Eres un campeón! o¡Qué niña más lista!, son frases que decimos y se oyen repetir por todas partes. En educación hemos pasado de una época en la que no se elogiaba nada porque tu deber “era portarte bien y sacar buenas notas”, a una época en la que se elogia constantemente para que al niño o niña le suba la autoestima. La Psicología y la Ciencia no se libran tampoco de las modas, y ahora se está revalorizando de nuevo el esfuerzo, es sí, desde una perspectiva más científica.
Carol S. Dweck lleva treinta años investigando cómo afectan los diferentes tipos de elogio a los niños y a los jóvenes. Y resulta que el elogio que los defensores de la autoestima proclamaban que debíamos prodigar con generosidad puede resultar un arma de doble filo. Esta investigadora ha realizado varios estudios con niños y jóvenes de distintas edades para observar los efectos de diferentes tipos de elogio. En un estudio estudiantes de nueve y diez años comienzan realizando un puzzle muy sencillo. A un grupo de niños se les elogia por su inteligencia, “¡Vaya! Has puesto bien estas piezas, debes ser listo con esto”; mientras que al otro grupo se le elogiaba su esfuerzo: “Debes haberte esforzado mucho”. Luego se les da un puzzle más difícil con el que, lógicamente, van a obtener peores resultados. Lo que ocurre es que aquellos estudiantes que habían sido alabados por su inteligencia no disfrutaron de la segunda tarea, más difícil, y no se la quisieron llevar a casa para practicar, es más, se sentían torpes y poco inteligentes. Parece lógico. Sin embargo, aquellos a los que se había elogiado su esfuerzo mantuvieron su autoestima a pesar de las dificultades y los fallos, disfrutaron del desafío y querían practicar más en casa.
Finalmente les dieron un tercer puzzle igual de fácil que el primero. Los estudiantes a los que se había elogiado su inteligencia lo hicieron peor que en el primer intento. Al contrario, los estudiantes que habían sido elogiados por su esfuerzo lo hicieron mucho mejor esta segunda vez, y obtuvieron las mejores puntuaciones.
Aún realizaron una prueba más en la que contestaron por escrito unas preguntas sobre lo que habían hecho, les dijeron que ese resumen lo leerían niños de otra escuela. En una de las preguntas se les pedía que puntuaran su ejecución en la segunda tarea, la más difícil. De cada diez niños a los que se había alabado su inteligencia, cuatro mintieron diciendo que habían hecho esta prueba mucho mejor de lo que realmente lo habían hecho. Los otros niños no mintieron. Aquellos a los que se les había elogiado su inteligencia querían seguir pareciendo listos ¡incluso ante niños que no conocían!
La causa de estos sorprendentes resultados es que si se le dice al niño que su ejecución es una prueba de su inteligencia, cuando no lo haga bien se sentirá tonto e intentarán ocultarlo o no ponerse en esa situación. Pero si hemos elogiado el esfuerzo considerará el fracaso como una dificultad a superar, un desafío del que aprender, y no se sentirá torpe.
Es impresionante cómo los niños y jóvenes absorben y se identifican con los comentarios que los adultos hacemos sobre ellos. Las palabras que les decimos, nuestros elogios o nuestras críticas, modelan lo que ellos piensan de sí mismos. Lo que les decimos les ayuda a generar una de dos actitudes mentales, una rígida, ve la inteligencia como algo innato, fijo y que no puede ser cambiado, o se te da bien, sin esfuerzo, o si te tienes que esforzar es que eres torpe. La otra actitud mental es la que Carol Dweck llama de “crecimiento”, en la que el niño aprende que la inteligencia puede cambiar (de hecho lo hace), y que si te esfuerzas, utilizas estrategias y trabajas, cada vez que superas un desafío eres algo más listo.
Así, cuando un niño o niña hace algo bien, en lugar de elogiar su inteligencia o capacidad, lo que es algo innato y fuera de control, debemos elogiar, su esfuerzo, las estrategias que ha utilizado, su concentración, su interés. Les podemos, incluso, hacer preguntas sobre cómo lo han hecho, qué han aprendido, qué estrategias han utilizado. Si el niño o niña hace la tarea a la perfección al primer intento, en lugar de elogiar su inteligencia, deberíamos disculparnos por haberles hecho perder el tiempo en algo tan fácil, y escoger una tarea algo más desafiante, con la que puedan hacer progreso y aprender.
¿Qué pasa en la adolescencia? Muchos estudiantes fracasan en el paso de la primaria a la secundaria. Cuando Carol estudió esta transición comprobó que aquellos estudiantes que creían que la inteligencia era algo fijo e innato, al encontrar las mayores dificultades de la Secundaria empezaban a tener problemas. Creían que tener que hacer un esfuerzo significaba que eran torpes, y aunque para ellos sacar buenas notas era importante, creían que debían conseguirlo haciendo el menor esfuerzo posible. Los estudiantes que obtenían mejores resultados normalmente eran aquellos que pensaban que su potencial podía desarrollarse, veían la inteligencia con más flexibilidad, y entendían una mala nota como una indicación de que se tenían que esforzar más o mejorar su estrategia.
¿Quiere decir todo esto que hay que cargar a los niños con tareas cada vez más difíciles y desafiantes? No. No se trata de dar a los niños una pila de deberes, y que estén todo el día trabajando, porque sólo el duro trabajo les dará el éxito. Se trata de hacer que el proceso de aprendizaje sea algo activo y que aprendan a disfrutar de los desafíos y aprendan estrategias eficaces. Si el aprendizaje es apasionado, entusiasmado, el estudiante enfrentará los desafíos con ganas, aprenderá y disfrutará del proceso.
Tal y como Carol dice: “La gente de la autoestima habían comprendido algo muy importante. El elogio, la estrategia principal de su repertorio, es una herramienta poderosa. Utilizada correctamente puede ayudar a los estudiantes a convertirse en adultos que disfruten del desafío intelectual, comprendan el valor del esfuerzo, y puedan enfrentar las dificultades. El elogio puede ayudar a los estudiantes a conseguir lo máximo de los dones que tienen. Pero si no se sabe manejar el elogio adecuadamente, puede convertirse en una fuerza negativa, un tipo de droga, que más que fortalecer a los estudiantes, los convierta en pasivos y dependientes de la opinión de los demás.” (Cita deCaution – Praise can be dangerous, de Carol Dweck en American Educator,Primavera de 1999).
Fuente: http://linkcerebromente.blogspot.com.es/
Fotos: Cayusa
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